Pbro. Lic. Sergio E. Vivas Hernández
Diócesis de Campeche
Comentario al evangelio
Estimados hermanos, se avecina el final de la vida terrena de Jesús. Él, sabiendo de su ya próxima partida a la Casa del Padre, con la intención de asegurar la unión de los sarmientos a la vid, ha comenzado a concentrar su doctrina en una serie de preceptos, teniendo estos como su origen y fin el amor; así como, mantener la unidad entre ellos, incluso en su ausencia.
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo…” Esta declaración es precisa, nos ama con el mismo amor con el que él es amado por el Padre. Amor que no soporta la distancia y que no se concibe sin la presencia del amado (Jn 10,16). En repetidas ocasiones encontramos en la Sagrada Escritura textos que hacen mención del deseo de Dios de conservar la unidad, porque la unidad hace creíble el amor. Ejemplo de ello lo encontramos en el evangelio de San Juan: “Te pido que todos sean uno lo mismo que lo somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).
El mundo llegó a creer en Jesús por la visible unidad entre él y su Padre. Por lo tanto, el amor de Dios sólo se concibe como verdadero en la unidad. Unidad de la que nosotros gozamos por estar unidos a la Vid, que es Jesús. Ante semejante beneficio inmerecido no podemos menos que agradecer con la precisión de una vida vinculada a quien, en estos días, se autoproclamó la Vid verdadera. El camino para llegar a ser creíbles es la unidad a Dios y a los hermanos.
El Papa Benedicto XVI en forma de petición nos ayuda a comprender la importancia de la unidad: «"Únenos a Ti", tócanos por dentro para que sintamos que existes. Danos sentido y gusto para el Bien, para la Verdad, para Ti, para el Dios vivo. Concédenos experimentar la fuerza de tu presencia en nuestro corazón, concédenos gozar de nuestra fe…».
“Vuestra alegría llegue a plenitud”. La alegría evangélica no es la que se nos ofrece a modo de fácil mercancía; aquella que puedes gestionar cómodamente recostado en una poltrona y con el celular en la mano. La alegría del evangelio es aquella que surge de manera espontánea cuando cumples los mandamientos. Los mandamientos vienen a ser la traducción del amor y el amor prodigado a nuestro prójimo al cumplir los mandamientos del Señor genera esa alegría espontánea y verdadera.
Cumplir los mandamientos es una condición sine quo non para todo aspirante de la alegría evangélica. Cumplir los mandamientos es una recomendación que vale la pena y tiene sentido. Decía nuestro amado Papa Benedicto XVI: Dios nos dio los mandamientos para educarnos a la verdadera libertad y al verdadero amor, para que podamos ser verdaderamente felices".
Así, pues, cumplir los mandamientos nos garantiza permanecer en Dios, y la permanencia en Dios es una fuente inagotable de alegría. Más aún, es el camino de la felicidad.
“Sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. Si el cumplimiento de los mandamientos garantiza la alegría, la obediencia garantiza la amistad. Pronto Jesús resucitado volverá al cielo (Lc 24,51). Convirtamos el tiempo de su ausencia en el momento del hacer, el momento de desarrollar lo que no es nuestro pero que nos incluye como destinatarios: “No me eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15,16). El fruto que estamos invitados a dar es el amor, amor que no es creación nuestra, él nos amó primero, la patente del amor lo tiene Jesús.
Las tareas, las académicas por ejemplo, no se pueden hacer de cualquier modo, hay una serie de indicaciones que obedecer. Lo mismo ocurre con la tarea que nos ha dejado Jesús: Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Jesús nos manda, en otras palabras, desarrollar el amor, pero un amor que tenga como contenido al prójimo (Jn 15,12) porque no es suficiente con una intención vaga hacia Dios o una especie de actitud benevolente hacia el prójimo porque ambas no tendrían valor alguno en la vida. Obtendremos una nota aprobatoria sólo si, como dice Santo Tomás: «El amor pone su complacencia del amante en el amado». En conclusión toda presunta caridad que deje fuera al prójimo desacredita al amor y su fruto está destinado a desaparecer.
En referencia al amor que Jesús nos propone concluimos lo siguiente:
Se llega a ser creíble por la unidad.
Se llega a ser alegre por cumplir los mandamientos.
Se llega a ser amigo de Jesús por la obediencia.