Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos una de las fiestas más profundas y bellas de nuestra fe: la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Celebramos el misterio de quién es Dios en sí mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo; un solo Dios en tres Personas distintas. Y aunque se trata de un misterio que no podemos comprender plenamente, esta fiesta representa una realidad viva que transforma nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

Aunque la palabra “Trinidad” no aparece como tal en la Biblia, sí está revelada a lo largo de la Sagrada Escritura. En el bautismo de Jesús (Mateo 3,16-17), se ve al Hijo, al Espíritu como paloma, y se oye la voz del Padre. También en el envío misionero (Mateo 28,19): “Vayan y bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Desde el principio hasta el fin, la Biblia nos muestra que Dios es uno, pero no está solo.

El Evangelio de hoy, en concreto, nos muestra la dinámica interna de la Santísima Trinidad. Jesús habla del Padre, del Espíritu y de sí mismo en una relación de total unidad y entrega: “Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho, el Espíritu recibirá de lo mío y se los anunciará” (Jn 16, 15). Esto no es simplemente lenguaje teológico, puesto que nos revela que Dios no es soledad ni poder aislado, sino comunión, relación y amor eterno.

Esto nos recuerda el modo peculiar del caminar de nuestra Iglesia, que nos dejó el Papa Francisco, como modelo de Iglesia Sinodal. La sinodalidad es una forma de vivir el Evangelio juntos. Es la Iglesia escuchando, caminando y discerniendo como una familia, con el corazón abierto al Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es el modelo más profundo de esta realidad. No fuimos creados para la autosuficiencia ni para la competencia, sino para la comunión, para el encuentro y para vivir en el amor que brota del mismo corazón de Dios.

Así que, la Trinidad no es un concepto congelado de un dogma, sino un Dios que camina con nosotros, que nos guía día a día, que se revela progresivamente en la historia y en nuestra vida personal. De manera que, la vida cristiana es un proceso y Dios es nuestro maestro interior. Nos recuerda que estamos llamados a vivir con humildad, con apertura, con confianza. No necesitamos saberlo todo, pero sí necesitamos estar dispuestos a dejarnos guiar.

A propósito de este tema, se cuenta que San Agustín, mientras escribía su tratado “De Trinitate” (Sobre la Trinidad), estaba caminando a solas por la playa, profundamente concentrado, buscando comprender el misterio del Dios Uno y Trino. De pronto, vio a un niño pequeño que había hecho un hoyo en la arena y, con una conchita, iba al mar, tomaba agua y la echaba en el hoyo. San Agustín lo observó un rato y le preguntó: —¿Qué haces, niño? — Y el niño respondió: —Estoy vaciando el mar en este hoyito.— San Agustín sonrió y dijo: —Pero eso es imposible. — El mar es inmenso y el hoyo es muy pequeño. Entonces el niño lo miró, y con una sabiduría que no parecía suya, le respondió: —Más imposible es que tú puedas comprender el misterio de Dios con tu pequeña mente.— Y según cuenta la leyenda, el niño desapareció.

Ciertamente, la teología de San Agustín sobre la Santísima Trinidad, es una de las más profundas e influyentes de toda la historia de la Iglesia. Su obra clave sobre este tema es aquel tratado, escrito entre los años 399 y 419. En ella, San Agustín toma muy en serio lo que dice San Juan: “Dios es amor” (1 Juan 4,8). Entonces se pregunta: ¿Qué se necesita para que exista el amor? La respuesta es, alguien que ame (el amante), alguien que sea amado (el amado) y el amor que los una (el vínculo). Así, Agustín reflexiona una analogía para la Trinidad. El Padre es el que ama, el Hijo es el amado, el Espíritu Santo es el amor que une al Padre y al Hijo. Aunque esto no resuelve el misterio de la Trinidad en sí, nos ayuda a contemplar cómo el amor es el corazón del ser de Dios.

Conocer y contemplar a la Trinidad no debe ser sólo un ejercicio intelectual, sino un camino hacia la comunión con Dios, como se lo demostró el niño a San Agustín. La Trinidad habita en el alma del justo, y el cristiano está llamado a vivir en unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. De ahí que el Santo de Hipona decía: “Ama y comprenderás”. Entonces, primero viene el amor y luego la comprensión, siempre guiados por la gracia de Dios.

Pero, ¿Por qué la Trinidad es importante para nuestra vida? La Trinidad no es solo algo que creemos, es algo que vivimos. Nos recuerda que fuimos creados para amar y vivir en comunión. Nos invita a trabajar juntos, escucharnos, perdonarnos, como reflejo de ese Dios que es unidad. Nos ayuda a ver que la vida cristiana es una relación con las tres Personas divinas: Hablamos con el Padre, caminamos con Jesús y nos dejamos guiar por el Espíritu Santo.

Por el bautismo, hemos sido introducidos en esta vida trinitaria. De hecho, en cada Señal de la Cruz, nos ponemos en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso, esta fiesta es una invitación a vivir en clave trinitaria. En el hogar; creando espacios de amor, respeto y perdón. En la comunidad; valorando la unidad en la diversidad, trabajando juntos como Iglesia. En el mundo; siendo testigos de que el amor es más fuerte que el egoísmo.

Hermanos, la Trinidad no es un misterio para entender con la cabeza, sino un misterio para vivir con el corazón. Creemos en un Dios que no se guarda nada para sí, sino que se entrega eternamente en el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. No es una idea abstracta, sino el Dios vivo que nos ama, nos salva y nos acompaña. Aprendamos a vivir como hijos del Padre, como hermanos de Cristo, y como templos del Espíritu. Y que en nuestra vida se refleje ese amor trinitario que lo transforma todo.

Celebremos hoy a este Dios que es comunión perfecta de amor y que nos invita a vivir unidos como Iglesia. Y que al hacer la señal de la cruz, tengamos fe y conciencia de que con ella invocamos el misterio más grande de nuestra fe.

“Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.”

Santísima Trinidad