Pbro. Lic. Juan José Hernández Flores
Arquidiócesis de México
Comentario al Evangelio
Invocamos tu nombre, Señor Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo. Él, nos impulsa, nos motiva y nos une, dándonos forma y manteniéndonos unidos hasta tu retorno glorioso en un mismo clamor: “¡Jesús, Jesús, Jesús!”.
Aquel que desde el principio ya estaba contigo, Palabra Eterna, y con el Padre Celestial; ahora nos induce a suspirar, desear y decir tu nombre. Ese, que en el comienzo de todo, revoleteaba y comunicaba tu dinámica de vida, ahora viene a nuestros corazones pálidos, fríos e inertes, a inundar de luz, calor y movimiento lo que la desesperanza del mundo nos arrebata a manos llenas, la paz y la felicidad. Este Espíritu divino, es pues, la promesa del Padre y del Hijo, que juntamente con los dos, comparte la misma gloria y dignidad, y que se manifiesta como la plenitud de los ofrecimientos de Dios a los hombres.
Oímos, en efecto, lo que Jesús dice a los discípulos, antes de entrar en su pasión: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré a mi Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad» (Jn 14, 15-17a). El amor entonces, es condición fundamental para que este Espíritu llegue, se instale, e infunda desde nuestro interior sus siete sagrados dones que nos agitan a identificar que el Señor Jesús está con nosotros, y pese a las tribulaciones y demás dificultades; descubrirnos que ha cumplido así sus palabras y ha enviado otro Defensor a nuestro lado para decirnos que el amor permanece, que nada ha cambiado.
En consecuencia, quien ama a Dios, guarda su voluntad, y al observar sus mandamientos, viene a esa persona la fuerza plena del Espíritu Santo. El cual, no sólo contribuye a darle más impulso a nuestro amor por el Señor, sino también, a hacer más contundentes nuestras obras con el prójimo, de modo que, lo que brille en nosotros no sea nada más las palabras, sino las acciones, porque ellas dan forma y figura al amor desmedido de Dios en nosotros. Este amor que defiende e intercede por los hombres delante de sus problemas y debilidades; se manifiesta como nuestro seguro Consuelo.
Con razón, el Señor hace bien en llamar a este Santo Espíritu, “Paráclito”; que dicho sea de paso, en algunas versiones de la biblia se traduce como: abogado, intercesor, defensor o consolador. Pues bien, este divino abogado, viene para dar continuidad a la obra del Padre y el Hijo que comenzó con la creación del mundo y alcanza su máximo esplendor con el misterio pascual de Jesucristo, quien nos afirma que por el amor de Dios, la humanidad se rejuvenece y se encamina hacia el encuentro definitivo con Dios. De aquí, la importancia de recibir con los brazos y la vida abierta a nuestro divino Intercesor.
San Juan de Ávila, estupendo sacerdote, escritor y místico español del siglo XVI; inspirado por la operación vivificante del Espíritu Santo, e iluminado por la verdadera ciencia que sólo Este puede dar, decía: “Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica, así como [el primero] enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, el Espíritu Santo consuela y alegra. ¿Qué pides? ¿Qué buscas? ¿Qué quieres más? ¡Qué tengas tú, dentro de ti un consejero, un administrador, uno que te guíe, que te aconseje, que te esfuerce, que te encamine, que te acompañe en todo y por todo!.. Si no pierdes la gracia, andará tan a tu lado, que nada puedas hacer, ni decir, ni pensar que no pase por su mano y su santo consejo. Será tu amigo fiel y verdadero; jamás te dejará si tú no lo dejas”. El don del Espíritu de Dios, es para aceptarlo, no para rechazarlo, para aprovecharlo, no para derrocharlo, que no piense nuestro corazón que no necesita nada de él, que no llegue a nuestra mente la nefasta idea de que poseerlo será inútil, improductivo; simplemente porque no se ve. ¡Líbrenos Dios de tan impíos pensamientos!
Si el Señor, enseguida de volver a su trono de gloria, nos envía este Soplo divino, es para envolvernos en el camino de la Verdad que nos lleva a donde está la Vida Eterna. Porque Verdad y Vida son dos de tantas características que lo acreditan como procedente de Dios. El Espíritu de Dios es Verdad y es Vida. Verdad, porque nos descubre los caminos que hay que recorrer para llegar a Dios. Y Vida, porque por él, todo tiene chispa, dinamismo, todo se anima.
Aunque, al decir que todo se anima por él, no se insinúa, al estado de las almas que incentiva algún trabajo, o algún sentimiento o emoción, sino al principio vital que posee y otorga a los seres y a las circunstancias, para que lo que no existía, exista, lo que se ha marchitado, reviva, lo que se ha ocultado, aparezca, lo que se ha silenciado, hable, lo que se ha nublado, se aclare. Miremos cuán es necesaria y urgente es su presencia y su operación en estos días tan grises y yermos por los que atravesamos. Además, el Espíritu Santo es el fuego que calienta, pero no quema; abraza, pero no consume; purifica, pero no destruye. Si no fuera así él mismo, no hubiese elegido esa forma de manifestarse ni a los apóstoles, ni a la Iglesia naciente para decirles que ahí estaba. Él no es contradictorio. Si eligió el fuego, es para que nuestros sentidos externos e internos, asintieran que en verdad él ha llegado.
Por tanto, ahora que en este culmen de las fiestas pascuales nos reunimos en el nombre del Señor, para ser también depositarios de este Magnífico don, convenzámonos de lo bueno, justo y necesario que es ser defendidos, consolados, guiados, protegidos y purificados por el Artífice de la vida terrena y eterna. No tema, ni dude nuestra alma de abrirse al Espíritu Santo. Recordemos que por él, invocamos el nombre del Señor hasta que lleguemos a su Augusta presencia. Por la gracia del Espíritu divino, nosotros –discípulos de este tiempo-, lograremos salir de las tibiezas y demás temores que nos paralizan para llevar el mensaje del evangelio en nuestra vida. Por eso, cada que el miedo, la duda, la apatía o todo factor nocivo nos circunde; imploremos: ¡Ven Espíritu Santo! llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor tu Espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la tierra. Amén.