Pbro. Dr. Julio César Saucedo T.
Arquidiócesis de México
Comentario al Evangelio
¿Cómo vivía un leproso?
Como es bien sabido, un leproso en tiempos de Jesús era considerado como un “muerto viviente”; pues por el contagio de su enfermedad propiciaba que fuera excluido y segregado de todo vínculo social y comunitario; de modo que, bajo este rechazo tenía que situarse en las afueras de los poblados.
Su petición: ¿ser curado o purificado?
Bajo este contexto, tenemos que, el pasaje nos presenta a un leproso que se acerca a Jesús -notemos que hace algo prohibido por la Ley– para implorarle de rodillas: «Si quieres, puedes curarme». La traducción más literal del texto dice: «Si quieres puedes purificarme».
En el ámbito bíblico no es lo mismo “curar” que “purificar”. El primer verbo alude a una sanación física que, en este caso, se refiere a ser curado de la lepra; mientras que, el verbo “purificar” alude a la interioridad. Podríamos decir que, el leproso pide ser “purificado” de su pecado y, ¿quién puede purificar sino sólo Dios?
Por eso, es bello el pasaje porque hace un reconocimiento implícito de Jesús como el Mesías, pues si es el Enviado de Dios, Él puede purificar; además, notemos que su petición va acompañada con el gesto de arrodillarse.
Jesús tuvo compasión de él
La respuesta de Jesús a tal súplica tiene su origen en la “compasión”. Esta palabra tiene toda una historia bíblica, pues proviene del hebreo “rahamin” que, significa “vísceras” o puede aludir al “seno materno”, y da a entender que, Dios se conmueve desde lo más íntimo. Ratzinger (Benedicto XVI), por ejemplo, dirá que María es la compasión de Dios, porque ella en su respuesta al Señor, lleva en sí (seno materno) a Aquel que revelará la misericordia del Padre.
Acto seguido, Jesús se implica en la enfermedad del leproso al tocarlo y decirle: “Sí quiero, [traducción literal] se purificado». Así es como lo papeles se invierten: ahora el leproso purificado y curado puede entrar en el poblado, mientras que, Jesús tiene que permanecer a las afueras.
Invitación del texto: La peor enfermedad que puede padecer el ser humano consiste en la lepra de su pecado, proveniente de su orgullo y soberbia. Por eso, la purificación que el Padre ofrece en su Hijo por el Espíritu que opera en los sacramentos, requiere de la misma actitud del leproso: sencillez y humildad. Recordemos que, el Señor pasa, pero tú sal a su encuentro. Como dice san Agustín: «Dios que te ha creado sin ti, no puede salvarte sin ti».