Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
Estimados hermanos: Hemos concluido el tiempo privilegiado de la Navidad, en el que junto con nuestras familias celebramos el nacimiento del hijo de Dios. Ahora, este domingo, Cristo inaugura su ministerio público, después de haber vivido treinta años una vida oculta.
Al contemplar el bautismo de Jesús, si nos fijamos bien en los textos de la celebración litúrgica, todo este día es una invitación a valorar y a vivir bien nuestro ser bautismal. De esta manera entenderemos que, el bautismo no es un evento que queda en el pasado, sino que es un sacramento, cuya gracia nos va acompañando toda la vida y nos exige vivir como hijos de Dios.
Es cierto que, en el Evangelio de Lucas, es el mismo Juan el Bautista, quien hace la distinción entre su bautismo (un bautismo de agua) y el bautismo de Jesús (un bautismo del Espíritu Santo y fuego), mismo que nosotros hemos recibido el día de nuestra incorporación a la iglesia. La diferencia está, en que el bautismo de Juan forma parte de su predicación, pues como lo reflexionamos durante el tiempo de Adviento, significa la actitud de la conversión; metanoia (transformación de la mente), para que los pecados queden perdonados. En este sentido, Juan no llama a los hombres de su tiempo a que se queden en el desierto como él, sino, pide que se conviertan ante el nuevo éxodo. El bautismo de Juan pide que estemos dispuestos a participar en la novedad definitiva: ¡El reino de los cielos está cerca!
Por su parte, el paso de Jesús por el bautismo de Juan, es el punto de partida de toda narración. Aparece como aquello que debemos hacer, para que, después, puedan abrirse los cielos, veamos venir el Espíritu y escuchemos la voz del Padre. El gesto de hacerse bautizar, manifiesta a la vez la solidaridad con los pecadores. El hacerse uno del pueblo, el hecho de hacerse hombre obediente, hace que tome sobre sí nuestros pecados. Este bautismo corresponde a su condición de Hijo de Dios encarnado, como corresponde a ella su muerte salvífica en la cruz, a la cual ha llevado nuestras enfermedades y dolores.
Podemos observar que, Jesús toma conscientemente la iniciativa de asumir el bautismo de Juan, como testimonio de su fidelidad a la voluntad del Padre. Actúa como el siervo. El gesto visible de Jesús se corresponde con el gesto visible de su muerte. Entre el bautismo y la muerte transcurrirá todo el misterio de Jesús bajo el signo de la unción del Espíritu. En efecto, asumiendo el bautismo en el agua, Jesús anuncia el perdón de los pecados por su muerte. De ahí que el gesto del bautismo en el agua, signo de purificación, se mantenga en nuestra iglesia cristiana como sacramento de incorporación al misterio del perdón de los pecados, en la muerte de Cristo.
En este sentido, Dios es quien toma la iniciativa de la respuesta a la acción de Jesús, manifestando que Jesús es quien bautiza en Espíritu, ya que a él se le da el Espíritu sin medida. Entonces por el bautismo, sacramento de la cruz de Cristo, el cristiano ha sido arrancado del mundo del pecado y ha pasado a ser asociado a la resurrección del Señor. Es, pues, el bautismo, el vínculo por el cual el hombre se inserta y participa en el Misterio Pascual de Cristo. Además, como ya es sabido, es la puerta de acceso a los demás sacramentos. Así lo define el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1213.
Cristo en la cruz, dio la vida por nosotros. Por eso, el día de nuestro bautismo, nuestros padres y padrinos hicieron memorial de ello, pues con la muerte al pecado, al mal y a todas sus manifestaciones, fuimos sepultados en el agua renovadora junto con Cristo, para resucitar también con él, como bien lo expresa la teología de San Pablo: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rm 6, 8).
Ahora bien, luego de estas ideas teológicas respecto al Evangelio de San Lucas, vale la pena reflexionar, cómo podemos vivir nuestro bautismo en la actualidad. Vivimos en una sociedad en la que, tener fe, es cada vez más para una minoría incomprendida. Y donde los criterios de construcción social, toman cada vez mayor distancia de los principios y de los valores cristianos. Vivir como bautizados es desafiante, pero también muy complejo. En muchas situaciones conlleva al dolor y a sufrir más de una burla.
Debemos estar atentos, ya que la respuesta está en la vivencia de la fe, es decir, en el modo como vivimos ese bautismo que se nos regaló. Aunque, de este tema existen tentaciones, por ejemplo: la rigidez o el fundamentalismo, en donde lejos de comprender a Dios como “alguien”, lo entendemos como una idea, una doctrina o un conjunto de normas, que finalmente nos llevan a vivir un bautismo en un modo apologético, siempre a la defensiva y condenando al prójimo por no pensar como nosotros.
Existe otra tentación; una mala comprensión de la libertad que Dios nos da a sus hijos. Esta nos lleva a pensar que ser libres, y confiar en la misericordia de Dios, es un permiso para hacer lo que nosotros queramos, olvidándonos de la voluntad de Dios, de sus mandamientos, de sus preceptos y de los valores cristianos. Como consecuencia de ello, podemos caer en un libertinaje, en la pérdida del sentido del pecado y socialmente caer en estructuras de pecado.
Queridos lectores, vivir nuestro bautismo hoy, es pues, reafirmar lo expuesto: no tener miedo a vivir crucificados y sepultados con Cristo, puesto que la recompensa será la de resucitar y ser vivificados con Él. En este sentido, si el bautismo es definido como la reproducción del misterio pascual de Jesús, que ha pasado de la muerte a la vida en su retorno amoroso al Padre, dicho misterio se repite ahora de manera vivencial y única en nuestra vida. Quedamos unidos de una vez y para siempre a Cristo y a su Iglesia, y de alguna u otra manera, logramos experimentar la gracia y la misericordia de parte de Dios.
De hecho, como bautizados, participamos de la gracia santificante, por la inmersión en las aguas bautismales. Entonces la vida del Resucitado se nos revela como presente en todo lo que nos acontece. Por eso, vivir como verdaderos bautizados, implica saber que el soplo del Espíritu permanece en cada uno de nosotros y que nos invita a estar atentos a esa fuerza que nos impulsa, ilumina, fortalece y guía en nuestro caminar cristiano. Significa que no estamos solos, que no debemos temer. Él sabe cuan complejo es ser cristianos hoy.
Por eso, si estudiamos, si trabajamos, si estamos de noviazgo, si estamos casados o somos consagrados si somos sacerdotes, si estamos enfermos o enfrentamos desafíos, en todo ello, y para todo ello, contamos con la gracia de Dios. Pidamos al Espíritu Santo que no deje de soplar jamás sobre nosotros. Revitalicemos nuestra vocación cristiana y demos gracias a Dios, por haber nacido en el seno de una familia cristiana, que nos ha incorporado a la familia de Cristo, el Señor, mediante el bautismo.
“Unus Dominus, una fides, unum baptisma”
(Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo) Ef 4,5.