Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Todos los años, al final del ciclo litúrgico, nos encontramos con el discurso escatológico de Jesús. Pero es necesario reflexionar sobre su sentido, que no es el de anunciar una serie de desgracias y situaciones negativas. Aunque nos sorprende su lenguaje complejo y lleno de imágenes, a primera vista, pensaríamos que Jesús nos está hablado del fin del mundo, pero no es así. De hecho, utiliza el género literario apocalíptico para quitar el velo de determinado tema, y así ayudarnos a discernir bien sobre la manera en la que enfocamos nuestra esperanza puesta en Dios; finalidad de todo cristiano.

En el texto, el Señor se refiere a tres aspectos: la actualidad de Jerusalén, la situación presente del imperio Romano y las circunstancias de la primera comunidad cristiana. Por eso, con este discurso preparó a sus discípulos para el acontecer político, social y religioso de su tiempo, el cual se les presentaba como una situación catastrófica, misma que podría llevarlos a la desesperanza. Estos momentos difíciles en la historia, amenazaban en borrar todo signo de la identidad del pueblo como el elegido. Pero, Jesús se sirve de ese signo apocalíptico para afirmar la esperanza de los elegidos, a pesar de las desgracias que realmente suceden en la historia del cristiano.

Este evangelio también es para nosotros, puesto que Jesús habla de la actualidad permanente de la historia de la humanidad. Si miramos la historia humana, siempre han existido atrocidades sociales, tales como las guerras, las invasiones, las dictaduras y el abuso de poder. Hoy basta con ver las noticias en los diversos medios de comunicación, para darnos cuenta que hemos alterado la naturaleza en la que, además, siempre han existido fenómenos naturales como terremotos y tsunamis. Sin embargo, de este texto no hay que sacar consecuencias atemorizadoras. Más bien, los hechos de Marcos nos hablan de la historia del mundo y de la humanidad. Es lo que podemos llamar: el constante presente.

Todos estos hechos que Marcos describe, no hablan del fin del mundo. No pensemos que es el anuncio del final de los tiempos, aunque le encontremos similitud con los desastres y el desajuste de la naturaleza. A pesar de las desgracias y de las situaciones difíciles en algunos lugares, probablemente nos sirvan para purificar nuestra fe y hacernos responsables de nuestro entorno geográfico. Circunstancias así, siempre nos ayudarán a percibir la actitud protectora de Dios que nos acompaña en todo momento. A descubrir su amor como una llamada a la fidelidad, en lo más crítico de nuestra historia, en sí complicada. En una situación de este tipo, es muy fácil dejarse llevar por el miedo y perder la fe.

Por otro lado, es muy común dejarnos llevar por las pasiones internas de los problemas que nos aquejan. Ideologías, pseudo-líderes carismáticos, políticos o religiosos, han ofrecido la solución a todos los problemas de nuestro interior y también del exterior. Pero, ahí es en dónde debemos probar nuestra fidelidad a Dios, el único que nos garantiza la verdad auténtica. No olvidemos que los primeros cristianos también fueron llamados a la fidelidad en tiempos difíciles y que nosotros también estamos llamados a vivir en esa fidelidad. Entonces, ¿cómo podemos enfrentar cristianamente estos escenarios tan complejos? Ciertamente, con esperanza, por ello Jesús nos dice: “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad” (Mc 13, 26).

Precisamente para infundir esperanza, Jesús recurre al lenguaje apocalíptico, a descorrer el velo. Hace referencia al sol, la luna y las estrellas, a que estos se apagarían y caerían. Sin lugar a dudas, estas figuras eran los dioses paganos, habituales en toda la Mesopotamia. Eran los dioses que inspiraron y guiaron a tantos emperadores invasores, tales como egipcios y babilonios. Esos dioses paganos, ante la presencia de Jesús y su mensaje, por muy resplandecientes y poderosos que aparenten ser, caen y pierden su poder. Lo mismo pasará con los dioses que en nuestra vida nos hemos hecho: el dinero, el poder, la fama y el éxito.

Hermanos, el escenario mundial actual es complejo. Además, probablemente, si cada uno mira su historia y la de su familia, más de alguna crisis le puede estar aquejando. Hoy también se alzan astros en el cielo de la humanidad, que parecen ser invencibles y que arrastran grandes masas de gente, que están necesitadas de liderazgo. Gente de buena voluntad que va detrás de ellos. Astros en la política, en el arte, en el deporte, en la ciencia y en la religión. Por eso, Jesús nos invita a estar atentos, a saber que todos estos, no necesariamente malos, muchos de gran bondad, acabarán su periodo y pasarán, y más de alguno caerá. Pero las palabras de Jesús nunca dejarán de cumplirse.

Se podría decir que, el acto de ser cristiano consiste en buscar en lo temporal lo eterno, Por lo tanto, la pregunta de este domingo es: ¿Dónde pongo mi esperanza más profunda? ¿En ideologías? pensemos en el daño que han provocado algunas de estas. ¿En los bienes materiales? Qué tristeza, pues nada de eso nos llevaremos de este mundo. O ¿quizás en la política, en el arte, en la ciencia, en el deporte, o en varias otras expresiones de la persona humana? Todas necesarias, pero insuficientes. Por eso, es por lo que Cristo, así como lo hizo con sus discípulos, ante lo que dramáticamente se les veía venir, también hoy a nosotros, frente a los complejos escenarios que nos toca vivir, nos invita a estar atentos, a discernir bien para no errar; a no dejarnos guiar por astros que brillan, pero que no son la solución.

Queridos lectores, el Evangelio de este domingo, está fuera de hablarnos de un futuro lejano. No solo nos habla de un doloroso pasado, sino que nos pone en guardia ante el presente, para no caer en la desesperanza, para vivir con alegría y fe, como nos invitó Jesús. Y nosotros no debemos esperar hasta que ese momento final llegue, para arreglar nuestras cosas con Dios. No pensemos que en un instante vamos a realizar lo que no hemos sido capaces de realizar durante toda la vida. Recordemos que “De la higuera se aprende que, cuando las ramas de ponen tiernas y brotan las hojas, sabemos que el verano está cerca” (Mc 13, 28).

Finamente, tengamos siempre presente que “Nadie sabe ni el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo, ni el Hijo; solamente el Padre del cielo” (Mc 13, 32). Por todo eso hermanos, es que debemos cambiar nuestra forma de vivir. Es el tiempo para enmendar los errores, de buscar la reconciliación, de obtener el perdón y de esta forma iniciar el tránsito a ese camino que conduce a la patria celestial. Dejémonos de especulaciones sobre cómo será el más allá y tomemos la responsabilidad que nos toca en la marcha de nuestra vida presente. Es aquí donde debemos desarrollar nuestra actividad para contribuir a hacer un mundo más bueno y humano, empezando por ser más humanos cada día. Solo Dios permanece para siempre y Él es el que da sentido a nuestra existencia.

Domingo XXXIII - Tiempo Ordinario - Ciclo B