Pbro. Lic. Juan José Hernández Flores
Arquidiócesis de México
Comentario al Evangelio
Mi alma. Mi alma tiene sed de ti, Señor Dios (Sal 62,2). Sabiduría bella e infinita. Sabiduría que hace musitar al corazón, el ansia de encontrarse contigo y poseerte.
En la página de la primera lectura de hoy, se nos presenta la figura personificada de la Sabiduría como algo realmente radiante, amigable, apetecible, dispuesta a un encuentro feliz con quien se sitúa a recibirla. La Sabiduría no tiene sentimientos volubles, frívolos, inestables; sino todo lo contrario, es noble, constante, reflexiva y hasta se deja encontrar para que quienes de verdad la desean y la buscan, puedan poseerla. Así es Dios, que al oír y saber el ansia de sus hijos, no se hace del rogar, no los hace esperar; conociendo la necesidad de estos, él sale al encuentro de quienes lo añoran. Por eso, en la primera lectura hemos escuchado que a la Sabiduría: «con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan...» (Sb 6, 12).
El verdadero conocimiento de Dios y la máxima posesión de él, no es fruto de una laboriosa operación intelectual, ni tampoco de una arrogante propiedad que se puede tener del Señor, sino más bien, es un don generoso que el mismo Altísimo ofrece a los hombres que se disponen a acogerlo con limpieza de corazón, pues, «la Sabiduría de Dios, madruga más que quienes la anhelan» (Sb 6, 15). Cuando el ser humano despierta y comienza a buscarla, he aquí que la encuentra esperándola a la puerta, sin embargo, el hombre y la mujer, no necesitan andar detrás de ella todo el día, pues Dios se muestra a los hombres que lo buscan y se anticipa a sus deseos. Sí, Dios no se hace del rogar, no coquetea con la desidia, no se goza en ver sufrir a sus hijos. Al ver y sentir la aspiración de sus creaturas por encontrarse con su Señor, él se manifiesta y se deja hallar.
En realidad, el hombre no buscaría a Dios, si Dios no lo hubiera alcanzado primero, porque en todas las preguntas y deseos, en todas las búsquedas y pensamientos; la misma Sabiduría divina, hace que hombres y mujeres, se pregunten por ella, que la añoren y la busquen, así que no es difícil conocer a Dios, si estamos interesados en unir nuestras vidas y profundizar en él. Por ello, todo aquel que desea la Sabiduría divina, está cerca de hallarla sí y sólo sí, en su corazón advierte con prudencia todo lo necesario para recibirla de verdad. Prudencia. La prudencia es clave para degustar de los más finos y delicados sabores que dimanan de la presencia del Señor en la vida de los seres humanos. De ella, de la prudencia, la previsión, la oportuna preparación; deriva el encuentro verdaderamente eficaz con Dios.
San Mateo, con la parábola de las diez doncellas (Mt 25, 1-13) nos fortalece en el tema de la previsión para la reunión definitiva con Cristo al final de los tiempos. Además de la distinción de aquellas jóvenes -cinco previsoras y cinco descuidadas- descritas en la parábola de hoy, el evangelista nos ofrece algunos signos todavía más ricos en contenido, que no podemos soslayar: la figura de las lámparas y el aceite. Ambos elementos, quieren significar en aquellas vírgenes y también en cada individuo, algo realmente personal e intransferible, que forma parte de la propia identidad, imprimiendo así un sello muy particular que distingue a cada quien del resto de los demás, y que sin este tinte peculiar, cada hombre fuera irreconocible inclusive para Dios. De hecho, el mismo Jesús así lo menciona en el texto del evangélico: «Yo les aseguro que no los conozco» (Mt 25, 12).
Pero entonces, ¿qué significa tener aceite y las lámparas encendidas, como dice el evangelio de hoy? La liturgia de este domingo, insinúa una cierta identidad entre el aceite de la parábola, y la Sabiduría –de la cual menciona la primera lectura, y que ya hemos abordado-; según esta relación, Dios no podría hacer nada por alguien que habita voluntariamente en las más profundas tinieblas y convive con la pestilencia de la desesperanza; y no por falta de misericordia, sino por la imposibilidad radical de poder llamar al hombre a una vida sin luz y sin rumbo, ni sentido. Y es que para ser en verdad hombres y mujeres auténticos, se requiere de la luz de Dios y del aceite de la Sabiduría, que ciña la existencia humana, no para robar su identidad, sino para elevarla a la más alta dignidad de que los seres pueden alcanzar, la eternidad.
Cuando logremos entender que el Señor es nuestra vida y fundamento, podremos ver entonces, lo necesario e importante que es disponer, preparar, prever y arreglar todo para unirnos con el amado, nuestro divino Creador. Sólo así, es que se puede comprender en clave de fe, el comportamiento de las doncellas previsoras, que sabiendo lo que quieren, sabiendo a lo que van, teniendo en cuenta quién es su mayor anhelo y su meta final; se acercan a él, (el Esposo, Cristo Jesús) con todo lo necesario para hacer que del anhelo se pase a la realidad; de lo contrario, seguiremos como las jóvenes imprudentes, descuidadas; divagando en la órbita mareante de nuestra propia confusión y del desconocimiento de lo que realmente queremos en esta vida y en la futura. Si la imprudencia esgrime la vida del hombre, el puerto seguro será el caos, indudable catástrofe existencial para todo ser pensante, pero si la diligencia, la prudencia y la sabiduría rigen nuestra vida; el puerto seguro será ver a Dios, poseerlo, contemplarlo y fundirnos por siempre en las profundidades de su amor.
Por ello, que nuestra alabanza y oración, suban como incienso a la presencia de Dios, que nuestros sueños y deseos, sean esa lámpara encendida que clama día y noche: Mi alma. Mi alma tiene sed de ti, Señor Dios (Sal 62,2). Sabiduría bella e infinita. Conserva en mi alma, Dios mío, el aceite de la fe y de la esperanza para que mi lámpara encendida, me identifique por el gran amor que te tengo y pueda pasar del deseo de tenerte a la realidad de contemplarte por los siglos de los siglos. Amén.