Pbro. Lic. Marcos Rodríguez Hernández
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
El invitado digno del banquete
A lo largo de estos últimos domingos hemos escuchado una serie de parábolas que, dirigidas a las autoridades religiosas del pueblo de Israel, encara el descuido de estos para dar a conocer la verdadera intención de Dios: la alianza con su pueblo.
Esta alianza no es nueva, ha tenido diversos matices y puntos dentro de la historia, como lo hace notar Jesús. La primera lectura nos lo hace notar de una manera hermosa: un banquete, que es signo de alegría y comunión. Jesús utiliza esta imagen completándola con el de un banquete nupcial preparado por el Rey.
Ambas imágenes representan a Dios que prepara este encuentro con sus hijos desde la eternidad. Sin embargo, como lo ha hecho notar Jesús en las diversas parábolas, los invitados, los trabajadores de la viña, no son dignos de la invitación, antes bien, responden de una manera agresiva a esta llamada, siendo indiferentes, incluso matando a los emisarios del mensaje, y como lo reflexionamos el domingo pasado, incluso matando al Hijo del dueño de la viña.
La respuesta es proporcional y justa: el rey manda dar muerte a los invitados y a prender fuego. En este sentido, se interpreta que los israelitas, al no hacer caso al mensaje de Jesús, tiene como consecuencia la destrucción del templo de Jerusalén, ocurrida en el año 70 d.C. por las tropas de Tito, emperador romano.
Hasta esta parte de la parábola, se puede seguir la línea de las anteriores. Hay un antes y un después. El cristianismo es la realización de las promesas de Dios sobre el pueblo, donde los “últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” y que está conformado por aquellos que acogen la palabra: prostitutas, publicanos y más adelante, paganos.
Así se conforma el nuevo Israel, para la participación en este banquete preparado por el Rey. La boda es la nueva alianza y los invitados son todos aquellos que desean participar en el banquete.
Pero no se puede repetir la historia. La alianza traída y realizada por Jesús es definitiva, no puede haber otra. Por ello la importancia del traje de fiesta. Es interesante reflexionar en este punto, porque puede parecer contradictorio el que se exija un traje cuando la invitación es imprevista o de ultimo momento. Sin embargo, el traje puede tener dos concepciones: una, que el bautismo es el traje de fiesta que se debe portar, este como este, pero es el que nos debe acreditar como hijos de Dios. En este sentido puedes caer en lo mismo que los primeros invitados: no tengo tiempo, tengo otros asuntos que atender, y dejamos a un lado el traje, o pensamos que podemos vivir sin él.
La segunda es que el traje se va haciendo conforme a la asimilación del mensaje del evangelio: ese es el material con el cual confeccionamos el traje. El bautismo es fundamental, pero no es suficiente en miras a nuestro seguimiento de Cristo. Como hace ocho días, debemos dar el fruto necesario, el que Dios nos pide. En otro pasaje del evangelio Jesús dice: No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos.
Así, los invitados a la boda es un pueblo diverso, no exclusivo, como lo fue Israel, sino universal, pero el traje si es único, el evangelio; el que enseña que todos somos llamados a diversas horas; que todos debemos dar el fruto necesario, y por lo tanto, nuestro traje, conseguido por el bautismo, es respaldado por nuestras obras.
Podemos relacionar esto último con la segunda lectura, donde Pablo agradece a la comunidad de Filipos su generosidad ante la necesidad del apóstol. El sabe vivir en cualquier circunstancia de la vida, pero también sabe recibir lo que viene de Dios a través de las comunidades.
En la práctica de nuestra vida cotidiana, en el crecimiento del seguimiento de Cristo, podríamos preguntarnos si somos conscientes de la invitación que tenemos de parte de Dios, si no nos distraemos con las ocupaciones de esta vida y rechazamos esa invitación, y si realmente portamos y conservamos el traje que es fruto de la práctica evangélica.
Que nuestro esfuerzo cotidiano nos ayude a ser de aquellos escogidos del Señor, en la mesa de su Reino.