Pbro. Dr. Manuel Valeriano Antonio

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Hace algunos años hubo una especie de estudio, sin carácter científico ni sistemático, sobre los divorcios y las así llamadas segundas nupcias. La inquietud que motivó el estudio fue el hecho, a decir de ellos, de que la relación de los que se volvían a casar resultaba ser más estable e incluso definitivo. Los factores de esta supuesta constatación eran diversos, entre los cuales destacaba la madurez humana. En efecto, hasta hace algunas décadas las personas se casaban muy jóvenes y constituir un vínculo perenne era difícil; de hecho muchas de estas personas se relacionaron pero no para tejer una historia juntos de manera perpetua. Con base en ello, los autores argüían a que en la Iglesia y respecto al matrimonio debería de haber una especie de segunda oportunidad. Sí, una segunda oportunidad porque muchas personas no saben lo que quieren en el momento de contraer nupcias.

De manera somera hemos apuntado el contenido de la investigación porque el tema del matrimonio sigue siendo un desafío. Los estudiosos dicen que se sitúa en una encrucijada de caminos: lo carnal y lo espiritual, lo privado y lo y lo publico, la tradición y el futuro, el amor humano y el divino. Unido a ello el matrimonio ha sido golpeado por una mentalidad evolucionista donde todo se ha hecho cuestionable y entonces da lo mismo el casarse por la Iglesia o no. Por eso, es muy probable que el tema central de la Palabra de Dios que se nos dirige hoy sea “donde reina lo humano las cosas suceden humanamente”. A la luz de esta Palabra divina compartimos dos ideas:

1.- La pregunta de los fariseos omite elementos fundamentales sobre la noble vocación al matrimonio. Supone que el amor no se da lo duradero, sino efímero. Excluye, de entrada, un amor que se sostenga hasta el final de la vida y lo coloca en el ámbito de la hipótesis donde continuamente tiene que ser verificado. Además, la inquietud de los fariseos considera que el matrimonio se puede disolver por cualquier motivo, es decir, da por hecho que existe siempre una causa para disolverlo. Con ello se devela la falta de cocimiento sobre el hombre ya que él no ha llegado a su meta y por eso siempre está en peligro. En otras palabras, el fariseo interroga al matrimonio desde una perspectiva puramente humana y por tanto sólo ve el lado humano del matrimonio.

2.- Jesús no se limita a afirmar la fe en el amor, su durabilidad, sino que ofrece una razón de peso: “Dios lo ha unido”. Dios no sólo cambia la vida de un hombre, cambia el fundamento mismo de la vida. Evidentemente si decido vivir sin Dios todos mis actos serán distintos. Por eso, Jesús con su rechazo al divorcio nos recuerda que el amor se muestra en la constancia. No se reconoce en absoluto en el momento y por el momento sólo. El amor supera la vacilación y lleva en sí eternidad, dice el cardenal Ratzinger.

Pero ¿cuál es la firmeza del amor, su capacidad para sostener una vida, para enhebrar entre sí dos destinos y abrirlos a la meta última de todo hombre en Dios? El Maestro lanza un desafío: se trata de creer en el amor, de acoger su condición de fundamento sólido. Sí, el amor cuyo fundamento es Dios sólo puede darse en donde existe lo duradero, donde se da el permanecer. No se da en cualquier lugar y porque tiene que ver con permanecer, la indisolubilidad del matrimonio es tan imposible fuera de la fe como necesaria dentro de ella. Así, el principio fundamental es definitivo, a saber, que el matrimonio es indisoluble y que el que abandona un matrimonio válido por el sacramento para volver a contraer matrimonio no se puede interpretar como una simple búsqueda de segundas oportunidades.

"Lo que Dios unió..."