Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

En este domingo, comenzamos el recorrido de la segunda parte del Evangelio de San Marcos. Esta segunda parte, nos lleva al camino de instrucción que lleva Jesús con sus discípulos y al seguimiento del Mesías crucificado. Por eso, quiero compartir con ustedes dos ideas del texto. La primera, que corresponde a la intervención de Pedro, cuando responde a la pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? (Mc 8, 27). Y la segunda, que se refiere al primer anuncio de la pasión (Mc 8, 31).

En el texto de hoy, vuelve la pregunta que se hace presente en todo el Evangelio de San Marcos: ¿Quién es Jesús? Esta vez, es Jesús mismo quien hace la pregunta a sus discípulos. Pero, antes de preguntarles directamente a los doce, Jesús quiere escuchar de ellos lo que piensa de él la gente. Sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad de su maestro, pero en realidad a él no le interesan los sondeos del pueblo, ya que la gente se ha quedado en lo pretérito, pues miran en Jesús a los profetas que ya pasaron. Pedro, en cambio, ve en Jesús un futuro, porque ve en él la restauración. Esa restauración mesiánica que ve Pedro, es la misma que podría soñar cualquier persona con un ideal nacionalista, de un cambio en las políticas, en la estructura de gobierno en Israel.

Hemos venido leyendo que los discípulos conocían a Jesús de hace algún tiempo. Ya lo habían acompañado, se maravillaban de sus enseñanzas y lo seguían a todas partes, pero aun no pensaban como él. Les faltaba dar el paso decisivo. Ese que va de la admiración a la imitación. Lo que el Señor quiere, es que sus discípulos, de ayer y de hoy, establezcan una relación personal con el maestro y tengan una respuesta a esa pregunta, no como una realidad ontológica de la existencia histórica de Jesús, sino como una experiencia personal en cada bautizado. No cabe duda que, Jesús tendrá que instruir realmente durante todo el camino a sus discípulos para que esa idea de mesianismo cambie y esté vinculada siempre al elemento de la cruz.

También hoy el Señor, fijando su mirada sobre cada uno de nosotros, nos hace la pregunta personal: ¿Quién dices que soy yo? O la podríamos transformar en esta otra pregunta: ¿Quién soy yo para ti? No nos está pidiendo solo una respuesta correcta, sino una respuesta personal; una respuesta de vida. Quizás respondamos cómo Pedro cuando dijo: “Tú eres el Mesías” (Mc 8, 29). De esta respuesta nace la renovación de nuestro discipulado. Sin embargo, la profesión de fe en Cristo Jesús, como Mesías, no puede quedarse únicamente en palabras, sino que exige una auténtica respuesta cotidiana, de gestos de una vida marcada por el amor de Dios y de una vida de amor al prójimo. Esto nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la segunda lectura: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no la demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?” (St 2, 14).

Por otro lado, la segunda parte del texto, será el anuncio de la pasión. Jesús les anuncia a sus discípulos que va camino a Jerusalén y que es un camino a la muerte. Su misión se cumple, no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del siervo sufriente: humillado, rechazado y crucificado. Ante estas características, la reacción de Pedro es típicamente humana. Cuando se perfila la cruz ante la perspectiva del dolor, el hombre se revela. Pedro después de haber confesado el mesianismo de Jesús, se escandaliza de las palabras del maestro e intenta disuadirlo, para que no continúe por su camino.

Ante este anuncio de Jesús; anuncio desconcertante, también nosotros podemos quedar asombrados. Entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar, porque eso contrasta con nuestras expectativas mundanas. También nosotros nos merecemos el reproche de Jesús que dice: “Apártate de mí Satanás, porque tú no juzgas según Dios sino según los hombres” (Mc 8, 33). Se trata de realizar un rechazo pleno de esa mentalidad de este mundo, que pone al “yo” y a los intereses personales en el centro de la vida. El camino del cristiano, no consiste en la búsqueda del éxito, sino que comienza con el quitarse uno del centro de la existencia.

Ser discípulo es ponerse detrás de Jesús, es pisar en las huellas que deja el Mesías crucificado. Por eso, nos dice que para seguirle se necesita negarse a uno mismo, es decir, a los pretextos del orgullo, del egoísmo y cargar con la cruz. Seguir a Jesús significa acompañarlo en su camino, un camino que no es el del éxito o el de la fama y el poder, sino el camino que conduce a la libertad. Es solo delante del crucificado que experimentamos una lucha interior, un áspero conflicto entre el pensar cómo piensa Dios y el pensar cómo piensan los hombres.

Al final del evangelio, el Señor Jesús nos da a todos una regla fundamental: “El que quiera salvar su vida la perderá” (Mc 8, 35). Constantemente en la vida, por muchos motivos, nos equivocamos de camino buscando la felicidad solo en las cosas materiales, pero la felicidad la encontramos solamente cuando el amor verdadero nos sorprende. El amor lo cambia todo. Y el amor puede cambiarnos también a cada uno de nosotros. Lo demuestran los testimonios de los santos mártires, que en nuestra nación han sido semilla de cristianismo.

Estimados lectores, en este día de fiestas patrias, en el que celebramos nuestras libertades, consideremos que aunque creemos ser muy autónomos y libres, todos seguimos a alguien en la vida. Pensemos: ¿Detrás de quién vamos? Seguimos criterios y pautas de líderes que irradian valores, pero, ¿qué tipo de valores? ¿Líderes o mesías con anhelos de poder y que para lograrlo usan engaños y violencia? Si es así, nos estamos deshumanizando. Contrariamente, el camino de Jesús nos hace crecer en humanidad, pues la estrecha comunión con él, desarrollará nuestra capacidad en el discernimiento de normas políticas y sociales para la búsqueda del bien común en nuestra patria.

En este día de fiesta nacional, pidamos al Señor que no soñemos con un cristianismo idealizado y desconectado de la historia de nuestro país. A pesar de todo, no vamos solos. Dios en la historia de nuestra nación nos ha acompañado en las luchas, personales y sociales. Nos ha dejado por bandera a nuestra madre, la Virgen de Guadalupe, que por medio de su mensaje de paz y de amor, nos une a todas las razas en un mismo ser y nos hace discípulos del crucificado. Ella también conoce las penas del pueblo que sufre. Esa es la dimensión de la cruz, que conlleva el don de sí mismo, para salvar la vida de otros y también la propia, tal es el camino de Jesús: hasta la muerte. Así podemos comprender que, “la sangre de los mártires, es semilla de la Iglesia; de libertad” (Tertuliano, año 197). ¡Viva México!, ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Santa María de Guadalupe!

Domingo XXIV - Tiempo Ordinario - Ciclo B