Pbro. Lic. Marcos Rodríguez Hernández

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

El perdón que sana

Estos días dando un curso de evangelización, llegamos a la sesión donde pedimos el don del Espíritu Santo, prometido por Jesús. La dinámica de este tipo de cursos nos va llevando en sus distintas etapas a aceptar lo básico de la fe: Dios nos ama, pero el pecado nos aparta de él. Solo con la fe y la conversión constante podemos confesar que Jesús es el Señor.

Para recibir el don del Espíritu Santo, también hay que tener un corazón limpio, libre de rencores y resentimientos. La oración de invocación al Espíritu prevé un perdón hacia todos los que nos hicieron un daño. Una persona se me acercó a decirme que no podía perdonar una ofensa que le habían cometido. Sin embargo, participó en la oración. Me quedo pensando si Dios le puede conceder el Espíritu Santo para iniciar ese proceso de sanación interior. O si no se lo concede porque no es capaz de mirar más allá de ese resentimiento que tiene. Es la pregunta que se nos queda, y que incluso plantea la palabra de Dios de este domingo.

Perdonar es un elemento constitutivo de la vida comunitaria. En ello vemos el sello cristiano por excelencia. Jesús en su predicación ha dicho: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen; concluye diciendo que tratemos a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Al aplicar estas enseñanzas a la comunidad, podemos también pensar como Pedro que hay un límite en el perdón: 7 veces, una cifra suficiente para hacerlo.

Pero perdonar es más que un acto formal. El perdón no solo es olvidar la falta, sino pensar que esa falta no nos va a doler más. Siempre digo que es como una herida: si la atendemos, cicatrizará, quedará una marca, pero no nos dolerá. Si, por el contrario, la seguimos lastimando, porque no nos gusta la cicatriz, porque no nos gusta verla, u otras cosas, pues la herida permanecerá fresca, sin ninguna cicatriz, y seguirá doliéndonos.

Por eso la propuesta de Jesús es perdonar de corazón. Porque el primero que perdona es el Padre (el rey de la parábola) a nosotros (el deudor) que no podemos y tenemos con que pagarle todo lo que ha hecho por nosotros. Y eso nos hará experimentar el perdón de Dios que no es otra cosa que amor.

¿Qué nos detiene perdonar al hermano? Él no nos debe tanto, como nosotros le debemos a Dios. Pero nuestra soberbia puede ser más dura que nuestro amor. No queremos reconocer la humillación del hermano, queremos ser también verdugos, de algo que no nos corresponde.

Por ello san Pablo nos dice en la segunda lectura: tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor. Él es quien nos amó primero, quien nos enseña el camino del amor y del perdón.

¿Qué esperamos nosotros? Que se borre, que se olvide, pero eso no sucederá, porque como lo hemos mencionado, ha marcado nuestra vida, ha tomado su lugar y nadie lo quitará, más que nosotros, con nuestro empeño y confianza en el Señor.

Por ello recordemos, como dice la primera lectura, lo que Dios hace con nosotros, la muestra de amor que nos ayuda a ver con claridad que el perdón es liberador y cura lo que nos hace falta para perdonar de corazón al hermano.

Caminemos con la seguridad de que el Señor puede enseñarnos a perdonar más allá de 70 veces, siempre, que podemos tener una comunidad que nos anima y apoya a perdonar, sobre todo, que en todo ello, encontramos la liberación de parte de Dios, único fin, que nos otorga la verdadera paz.