Pbro. Dr. Manuel Valeriano Antonio

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

A la luz de la Palabra de Dios compartimos dos ideas:

1.- Los conocedores de la literatura señalan que la narración es el acto de contar o relatar una historia de principio a fin. Éste, de hecho, es ya el inicio del recuento. Por lo tanto, la narración es vivencia y constitución de la identidad; es autoconciencia del hombre en el tiempo. Gracias al escenario narrativo nos percatamos que nuestra identidad se configura con lo que hacemos, porque lo que somos no lo somos como espectadores, sino como actores y constructores. Cada ser humano tiene la oportunidad de consolidar una vida acorde a sus elecciones. Somos lo que elegimos ser. De alguna manera -y esto no es absoluto- tenemos la vida que queremos tener. El libro del Deuteronomio expresa la importancia de poner en práctica los mandamientos divinos. El hombre, genuinamente sabio y prudente, siempre dará un paso adelante en el bien, porque éste puede preparar el impulso hacia algo mejor. El bien se convierte así en el concepto que da unidad a la vida. En otras palabras, la historia del hombre de fe se desarrolla de manera narrativa, no como un elenco de acciones independientes entre sí, sino como una serie de acciones dispersas en el tiempo pero unidas mediante un concepto: el bien.

2.- Con todo, los mandamientos quedan como algo externo si no es examinada por la interioridad de Dios en nosotros mismos. En este sentido, el Evangelio completa el valor de la acción y nos recuerda que, aunque la conducta visible son las acciones humanas, no podemos dejar de lado la intencionalidad de cada sujeto. La razón de ello es que, en diversas ocasiones, hay una disociación entre lo que realizamos y la intención con la cual lo efectuamos. Marcos desea subrayar de manera contundente que una mala intención puede lastimar una buena acción. Por lo tanto, no solamente nos definimos por la acción, en la vida global está implicada la voluntad, el querer, el deseo, el corazón. Quien sana el corazón sana la vida. Quien purifica sus intenciones purifica sus acciones. No se trata, pues, de descubrir la maldad fuera de nosotros, nos tiene que quedar bien claro que este es el peligro de siempre y que la mentalidad bíblica llama hipocresía..

Intención y conducta