Pbro. Dr. Manuel Valeriano Antonio

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

1.- Diversos autores serios en el campo de la teología sostienen que en la actual fase de la historia no existe un movimiento masivo de vuelta en la fe, sin embargo, ésta se ha presentado desde siempre como un grano de mostaza que vuelve a rejuvenecer y, por lo tanto, seguirá estando presente en la historia. Esta incredulidad, por decirlo de alguna manera, de una vuelta masiva en la fe cristiana, se debe en gran parte al hecho de pensar que la fe es una especie de carga difícil de colocar sobre los hombros; pero vivir sin fe no es fácil, la vida sin fe es muy complicada generalmente. Nuestro amado Papa Benedicto XVI sostiene que esa facilidad de no creer y la dificultad de creer se mueven en planos diferentes, porque en realidad la carga que conlleva la falta de fe es aún más pesada.

Por otro lado, parece que la fe debe estar sostenida por acontecimientos sobrenaturales, se piensa que ella tiene por alimento único el milagro. Continuamente le preguntamos a Jesús “¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte?”. Sí, qué difícil es volver a creer cuando concebimos a un Dios que solamente soluciona problemas y no creemos en un Dios que nos invita colaborar con él, un Dios que continuamente requiere, como escuchábamos el domingo pasado, de nuestros cinco panes y de nuestros dos pescados.

2.- Decidirse a creer no es una consecuencia de argumentos lógicos por bien estructurados que estén. La fe, más bien, descansa en la libertad porque surge de ella. En toda creencia lo decisivo es el encuentro entre la persona de un testigo que garantiza la verdad de un hecho, con la persona del creyente que al aceptar el hecho confía en la persona del garante. Evidentemente, no hay que confundir una duda con la pérdida de fe, ya que se puede aceptar honradamente una cuestión que preocupa y conservar la fe en lo esencial. En otras palabras, las cuestiones de fe requieren tiempo y paciencia. Por eso, la única respuesta sensata del hombre a la revelación es la fe y ésta sólo tiene sentido si Dios ha hablado realmente. Insistimos, la fe tiene sentido solamente porque Dios ha hablado al ser humano y por cierto de modo atendible por el hombre. El salmo de este domingo con gratitud señala: “Cuanto hemos escuchado y conocemos del poder del Señor y de su gloria, cuanto nos han narrado nuestros padres, nuestros hijos lo irán de nuestra boca”.

En este sentido, el cardenal Ratzinger nos recuerda que un escritor medieval habla de los prodigios obrados por Moisés ante el Faraón, que al principio podían ser imitados por los magos hasta que Moises realizó un prodigio imposible para los magos y así se vieron obligados a confesar: “aquí está el dedo de Dios”. La pregunta que los teólogos medievales se planteaban siempre era la siguiente: ¿Qué signo es aquél reservado sólo a Dios y que excluye todo engaño del enemigo? Y la respuesta de este escritor medieval decía que todos los milagros pueden ser engaño del demonio, pero sólo el milagro de toda una vida junto a Dios no es engañador. En efecto, el regalo entre dos personas puede ser engañador, pero no el de toda una vida juntos. Si comprendemos esto, entonces, entendemos qué significa “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

La fe y los milagros