Pbro. Lic. Marcos Rodríguez Hernández
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
La oración, el discípulo y el Espíritu.
El camino discipular no consiste sólo en simpatizar con la enseñanza del evangelio; tampoco con la pura contemplación del maestro como se presentaban en la escena del domingo pasado. Por ello, la enseñanza de este domingo nos pone en el justo equilibrio entre las dos actitudes.
Por un lado, la escena de este domingo nos pone en el contexto del diálogo entre Jesús y sus apóstoles: ¡Enséñanos a orar! Han visto a Jesús orando, al iniciar el día, al hacer un milagro, al finalizar la jornada. El eje de Jesús es la oración. Por ello, los discípulos quieren aprender, además de que otros maestros lo hacen.
Así, la oración de Jesús es una oración enseñada, vivida y definida en el sentido que no es una formula hecha sino una experiencia de a quien se dirige. Por eso, la oración comienza con una palabra confiada: ¡Abbá!, es decir Padre querido, y continua con una serie de compromisos tanto de quien ora, como a quien se ora.
Esta es la manera de comprender que el Padre Nuestro no solo es una oración dictada, sino como ya decíamos, vivida y comprometedora. Es una oración discipular: solo quien se deja guiar por Jesús la puede decir, porque sabe el sentido de cada una de sus palabras.
La oración no solo es palabrería hacia el Señor; no solo nos conecta, sino también nos compromete, por eso la segunda parte del evangelio nos ayuda a entender la razón y los efectos de la oración.
Preparados por la primera lectura, Abraham entabla una oración de intercesión frente a la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra, dos ciudades que no hicieron caso a la palabra de Dios. Sin embargo, ahí se encuentra Lot, familiar de Abraham y por ello busca la salvación de la ciudad. Aunque lo logra aparentemente, las ciudades se pierden, con excepción de Lot.
El amigo inoportuno del evangelio es un eco de este hecho de Abraham, no solo la intercesión, sino también la insistencia. El amigo se levanta no tanto por el hecho de la amistad, sino de la insistencia, la hora y la inoportunidad.
La oración nos ayuda a pedir, buscar, tocar, por eso tiene tantas variantes y formas de hacer oración, por ello el Señor insiste en esa necesidad de hacerla. Pero al mismo tiempo la oración nos da la oportunidad de discernir lo que pedimos, como decimos en el Padre nuestro, “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. La conclusión del evangelio es que el Padre no negará su Espíritu a quien se lo pida. Y san Pablo dirá en sus cartas: El Espíritu nos enseña a pedir lo que conviene (cfr. Rm 8, 26).
Por lo cual deberíamos preguntarnos sobre nuestra manera de orar y de llevar adelante nuestra vida cristiana. Sabemos que muchas veces absorbidos por los quehaceres cotidianos hacemos mecánica nuestra oración. Pensamos que los rezos son oración, que la caridad nada tiene que ver con la oración y que, si no se concede lo que pedimos, de nada vale nuestra oración.
Nada de esto es cierto y nada de esto tiene sentido si solo buscamos un intercambio entre Dios y nosotros. Lo mejor es seguir la enseñanza de Jesús que no solo es conocimiento, sino testimonio de lo que es estar con el Señor.
Que nuestra oración sea confiada y comprometida. Que hagamos lo que el Señor nos mueve a pedir y veamos su presencia en nuestras vidas.