Pbro. Lic. Adrián Tapia
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables
En el evangelio de este domingo muestra un poco una mezcla en la meditación entre el misterio del bien, con el misterio de la iniquidad: el trigo y la cizaña.
San Agustín afirmaba: La maldad es ausencia de bien. Y Martin Luther King decía: no me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos. La parábola del trigo y la cizaña nos invita a reflexionar sobre la buena y mala semilla, yendo más allá de las apariencias externas.
1ª Lectura: Sabiduría 12, 13. 16-19
El libro de la sabiduría pertenece al género literario sapiencial, pues recoge la sabiduría vivida de la humanidad en la historia de salvación. Este día se nos presenta a el Dios de Israel, que al otorgar a todos los hombres la dignidad de ser hijos, dignifica la misma religión y condena con ello todo lo que no sea una religión de vida y de amor. Este sería el sentido actual de este texto con el que conviene medirse para que aprendamos a hacer de la religión camino de vida y no de muerte. Incluso los que no cuentan con Dios, por ateos o agnósticos, no deben temer, ya que Dios sí cuenta con ellos, con sus valores y con sus compromisos, porque Él es un Dios justo.
2ª Lectura: Romanos 8, 26-27
Esta lectura nos conduce al tema de la oración, el Espíritu Santo que escruta los corazones es quien nos acompaña y nos inspira a orar. He aquí una de las más bellas definiciones de San Agustín sobre la oración nos: “la oración es la respiración del alma”. En el bautismo hemos recibido la misma fuente de la oración en el Espíritu Santo y sin embargo nulamente recurrimos a la Tercera Divina Persona de la Trinidad Bendita para pedir su auxilio.
Como nos hace falta orar, y la causa de que no perseveramos en la oración es porque no dejamos que el Espíritu ore con nosotros causando falta de docilidad, el sumergimiento en una terrible verborrea y repetidora de palabras que nos limita únicamente a letanías de súplicas monótonas e interminables que nos llevan a hablar sin orar.
3ª Lectura San Mateo 13, 24-30
Si observamos con atención esta tercera lectura existe una actitud de los criados de la parábola del trigo y la cizaña en su mentalidad muy pragmática y fatalista, que se entrelaza con la mentalidad del hombre contemporáneo, que ordinariamente lo manifiesta con la siguiente cuestión ¿Por qué Dios permite que haya gente mala? Una pregunta que se ha convertido en un cliché procedente de un moralismo meramente justiciero que constantemente se materializa en: Pena capital, linchamientos y ajuste de cuentas, por mencionar algunas.
La temática evangélica gira en torno a la siembra, siguiendo la tónica agrícola del domingo anterior que se habló de la parábola del sembrador. Pero ahora se trata de la mala semilla sembrada con la buena. Al recordar esta parábola de Jesús, el evangelista San Mateo pone de manifiesto otra situación que afecta a la comunidad: la presencia de elementos negativos no solo fuera de ella, sino en el interior de la propia comunidad cristiana, lo que es aún más grave. Sin embargo esta situación concluirá con la segunda venida del Hijo del hombre (parusía). En aquel día tendrá lugar la separación.
Por eso es preciso coexistir con el otro, o sea con el prójimo aunque me parezca malvado o perverso y que vea en él muy difícil un cambio. Sabemos que esta situación apremia al discípulo a ser fiel a su identidad como creyente y a agudizar su discernimiento y compromiso con el Señor. Sorprende, desde luego, la seguridad del dueño del campo, su paciencia, su confianza, diríamos que su benignidad y justicia a la espera de los acontecimientos finales.
Esta parábola, exclusiva de Mateo, no aparece en los otros evangelistas. Sabemos, pues, que no es solamente Dios quien siembra, sino que hay otros que lo hacen. Pero lo importante y decisivo es saber esperar. Deambulamos en los bandos: el bando del pecado y el de la Gracia, esto no debe ser motivo de caer en el pesimismo, ya que toda persona tiene sus oportunidades desde sus experiencias de gracia y también de miseria.
Vivamos en la virtud teológica de la esperanza y que el Señor nos conceda la paciencia para saber discernir sus tiempos, que nos ayude a mirar nuestra propia cizaña y a confiar en su misericordia.