Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Hoy el Evangelio nos presenta una escena íntima y sencilla, pero llena de profundidad espiritual. Jesús visita la casa de dos hermanas, Marta y María. No estamos ante una enseñanza pública o una gran parábola, sino ante un momento doméstico y cotidiano. Sin embargo, en este pequeño gesto, Jesús nos regala una lección fundamental para nuestra vida cristiana; la importancia de detenernos para escuchar y poner a Dios en el centro.

En un mundo saturado de agendas, compromisos y urgencias, el Evangelio de Lucas 10,38-42 resuena como un llamado urgente a recuperar el sentido de lo esencial. El activismo se presenta como compromiso, pero muchas veces es una huida interior: hacer para no sentir, llenar para no escuchar y organizar para no orar. Incluso dentro de la Iglesia, se puede vivir una pastoral sin espiritualidad, un servicio sin alma y una misión sin raíz.

El Papa Francisco ha denunciado con claridad esta tentación en Evangelii Gaudium, no. 78: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres sin el compromiso de amar”. Detrás del activismo sin contemplación se esconde, muchas veces, una pérdida del centro, de lo que realmente da sentido a todo: Jesucristo.

De este modo, observamos que la escena de Jesús en casa de Marta y María no es solo una anécdota doméstica, sino una profunda enseñanza espiritual sobre la relación entre el hacer y el ser, entre el servicio activista y la escucha contemplativa. Este pasaje nos confronta con una pregunta inicial: ¿Dónde está hoy nuestro corazón?

Mientras que Marta se dedica afanosamente a servir a Jesús, María, en cambio, se sienta a sus pies y lo escucha. A primera vista, parecería que Marta está haciendo lo correcto. Sin embargo, Jesús sorprende con su respuesta: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; y sin embargo, una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y no se le quitará” (Lc 10,41-42). Lo que Jesús pone en cuestión no es el servicio, sino la inquietud con la que Marta lo realiza. El problema no es trabajar, sino hacerlo desconectados del corazón de Dios.

María no está evadiendo responsabilidades, ni Jesús le alaba por su pasividad. Lo que María hace es priorizar. Al sentarse a los pies del Maestro ella reconoce que su Palabra tiene primacía. Cabe mencionar que en la tradición judía, sentarse a los pies de alguien significaba ser su discípulo. María, con este gesto, se muestra como aprendiz del Reino y discípula del maestro.

Ser discípulo de Jesús no consiste, en primer lugar, en realizar muchas actividades religiosas o sociales, sino en aprender a estar con Él. María, al sentarse a los pies del Maestro, asume la actitud del discípulo verdadero: escuchar, aprender y dejarse transformar. De manera que, Jesús no forma a sus discípulos con ideas abstractas, sino con su vida. Y sentarse a sus pies es entrar en una escuela de humanidad y divinidad, donde se aprende el amor al Padre y la compasión por los pobres. El perdón, la obediencia, el desprendimiento y la fidelidad, también son parte de las enseñanzas de Jesús.

La Iglesia necesita tanto a Marta como a María. Necesita manos que sirvan y corazones que escuchen. El desafío está en no dejar que la actividad ahogue nuestra espiritualidad. Muchas veces, en nuestras parroquias y comunidades nos volvemos “Marta”. Organizamos, planificamos y ejecutamos, pero, olvidamos sentarnos a los pies del Maestro. De manera que, quien se sienta a escuchar, se levanta para servir. Quien contempla, anuncia. Quien se deja amar, ama. Por eso, el verdadero discípulo combina la actitud de María con la entrega de Marta, pero en el orden correcto: primero Dios y luego la misión.

La vida cristiana madura cuando el hacer brota del ser, cuando las acciones nacen de una relación viva con Dios. No se trata de elegir entre Marta o María, sino de permitir que nuestra vida activa esté sostenida por una profunda vida contemplativa. Sólo así encontraremos el equilibrio que nos permita servir sin perder la paz y vivir sin dejar de escuchar a aquel que nos habla con ternura desde el silencio. En el silencio está Dios.

No se trata de despreocuparse de todo irresponsablemente, sino de poner la confianza en Dios como fundamento de la vida, sabiendo que Él conoce nuestras necesidades antes de que se las pidamos. De hecho, conviene abandonarnos en sus manos, pero no como simple resignación, sino como el acto de amor y entrega total a quien sabemos que nos ama infinitamente. Charles de Foucauld, apóstol del abandono, rezaba: “Padre, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias.”

Marta es ejemplo de un corazón disperso. Vemos que corre de un lado a otro. Sirve, prepara y se esfuerza. Quiere agradar a Jesús, pero su corazón está lleno de inquietud y exigencia. ¿Cuántas veces te has sentido como Marta? ¿Agobiado por mil cosas, incluso por cosas “buenas”? Jesús no rechaza su servicio, pero le ofrece una corrección amorosa: “Marta, Marta” “estás preocupada por muchas cosas.

¿Cuáles son hoy tus muchas cosas? ¿Cuáles son esas cargas, esas ocupaciones, esas voces interiores que no te dejan escuchar al Maestro?

María es el ejemplo del corazón que escucha. María no hace nada, aparentemente, pero hace lo esencial: se sienta a los pies de Jesús. No se justifica, no se excusa, no corre. Solo está. Y en ese estar, escucha. Y en esa escucha, ama. Estar a los pies de Jesús es decirle: “Tú eres más importante que mi agenda, que mis planes y que mis miedos”. ¿Te permites estar así con Jesús? ¿O hace mucho que no te sientas, que no haces silencio, que no lo dejas hablar?

Al final, solo una cosa es necesaria. El mundo nos dice que hagamos más; Jesús nos dice: “Haz menos, pero hazlo conmigo.” El mundo nos empuja a producir; Jesús nos invita a permanecer. El mundo exige resultados; Jesús anhela relación. Sólo algo es necesario y lo necesario es Él, y todo lo demás vendrá por añadidura.

Domingo XVI - Ciclo C