Pbro. Lic. Marcos Rodríguez Hernández
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
Nuestro verano va en marcha, y ahora disfrutamos un poco de la lluvia, que refresca en medio el calor veraniego, pero también ayuda a que la tierra produzca y recupere su verdor.
Si bien en las ciudades no lo apreciamos tanto, se pueden observar que el verdor puede crecer entre las rocas del camino; encontramos plantas silvestres que crecen por la ocasión, o porque la semilla quedó ahí, y simplemente debía esperar los elementos que la hicieran crecer. Pero es un desarrollo efímero, pues alguien la cortará, o el sol la sofocará, simplemente estuvo sólo algunos días para continuar el ciclo de la vida. Con este ejemplo nos ofrece Jesús la enseñanza de qué hacer con la palabra recibida.
Sabemos bien que él es el sembrador, que Domingo a Domingo nos ofrece su palabra para que fructifique en nuestro corazón. Meditando en otras ocasiones la palabra, nos hacen reflexionar sobre qué tipo de terreno somos, si el camino, lo rocoso, lo fértil… pero también podemos reflexionar que nosotros mismos erosionamos o fertilizamos nuestro corazón para la escucha y la puesta en práctica de la palabra.
En efecto, el discurso parabólico de los evangelios tiene tres públicos:
Los escribas y Fariseos, que tienen un corazón duro que solo les permite ver el evangelio desde la ley, desde el cumplimiento de esta. Eso no les permite llegar a la plenitud de la que ha hablado Jesús.
Las multitudes, que buscan a Jesús porque sus palabras les produce consuelo y tranquilidad, pero no compromiso. Van y vienen, solo tratan de seguir su vida con esos “tranquilizantes” que reciben de Jesús.
Los apóstoles, que ya están comprometidos con Jesús y que reciben no solamente la enseñanza, sino también la explicación. Su corazón está abierto, y cada uno produce su fruto a su capacidad: 30, 60, 100…
Este domingo al escuchar la parábola del sembrador, más que pensar en el terreno o la semilla de la palabra, pensemos en cómo está nuestro corazón, como lo cuidamos, como lo abrimos a la escucha de la palabra o a las cosas de nuestro diario vivir. En el corazón tenemos las cosas más importantes de la vida, pero también las que odiamos más. Los sentimientos son ese abono o esas piedras que permiten hacer crecer la palabra en nuestro corazón y poderlas poner en la mente y en las obras.
La palabra es la misma, la enseñanza es la misma, lo que cambia es la circunstancia y el modo en que oímos la palabra. De ahí que podamos dar más o menos fruto, lo importante es darlo, es perfeccionar nuestra vida en esa escucha y puesta en práctica de lo que es el reino de Dios en nuestra vida y nuestra comunidad.
Abrimos pues, este tercer discurso del evangelio de san Mateo, el discurso de las parábolas. Escucharemos siete de las muchas que pronunció Jesús. Pero lo clave es tener el corazón dispuesto, para que como escuchamos en la primera lectura, la palabra no se vaya sin dar el fruto que necesita nuestra vida y nuestro corazón.