Pbro. Lic. Juan José Hernández Flores

Arquidiócesis de México

Comentario al Evangelio

Preparados, pero no agobiados. Dinámicos, pero no estresados. Atentos, pero no obsesionados. Siempre fieles, cada uno respondiendo a las tareas cotidianas, según su condición. Así es como la liturgia de este domingo nos anima a vivir.

La exhortación que Jesucristo hace a sus seguidores de estar listos, preparados; la realiza precisamente de cara al inminente final que se acerca. Hay que recordar que en el evangelio de San Lucas, Cristo va de camino a Jerusalén, donde habrá de entregar su vida para la salvación de los hombres, por ello es explicable el motivo por el cual comienza a prepararlos para el final, pero no sólo el de su vida propia, sino también el final de los tiempos.

La figura de los criados que el mismo Jesús les propone a sus seguidores para imitarlos, condesa todo un significado muy alto; les dice: «Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean similares a los criados que esperan a su señor…» (Lc 12, 35-36). En la biblia de Jerusalén podemos encontrar que la expresión más precisa es: “tengan ceñida la cintura…” sobre esto podemos decir que los judíos se ceñían la cintura para salir a la calle o para ejecutar un trabajo. La cintura ceñida es la equivalencia de estar listos, atentos, preparados, dinámicos. De hecho así lo podemos constatar en el libro del Éxodo cuando Dios le explica a Moisés de qué manera los israelitas deberán comer la cena pascual. En este episodio podemos ver que la instrucción es clara: «la comerán con la cintura ceñida, los pies calzados, el bastón en la mano y a toda prisa…» (Ex 12, 11). Cintura ceñida. Es sinónimo de estar listos, preparados, dinámicos para celebrar el paso del Señor. De igual forma se dice de estar con las lámparas encendidas. En vela. Vigilantes. Fieles.

La vigilancia tiene que ver con la fidelidad, pues solo quien es fiel a los mandatos que recibe, tiene la capacidad de mantenerse alerta, observando y discerniendo todo tipo de realidad. El fiel es el que no descansa, el que está, el que a pesar de sus flaquezas y temores, confía, aguarda, no se duerme en sus laureles, ni mucho menos justifica sus limitaciones. Es el que aún con las dificultades vigila su alrededor, pero también su interior y sabe permanecer. No huye. Por ello, el Señor asocia a esta actitud, la figura de los criados, ellos que aguardan la llegada de su amo, que aun cuando el Señor demore, y parezca que no llegara, están al pendiente –en lenguaje mexicano, podríamos decir-: “están al pie del cañón”. Pues bien, esta es la actitud que los seguidores de Jesús, hemos de adquirir: la de vigilar, la de observar que la vida es tan volátil que si nos confiamos, podremos volvernos náufragos de nuestra propia voluntad. Presos de nuestras viles intensiones; por ello justamente Jesucristo insiste: «estén listos». Porque al momento de su arribo, a quienes estén atentos, y hayan permanecido fieles a la instrucción de vigilar, de estar al pendiente; el mismo Señor se pondrá el delantal, los sentará a la mesa y les servirá (Lc 12, 37). Aquellos fieles pasarán de criados a comensales, de siervos a amigos (Jn 15, 15), de pecadores a santos, de lejanos mortales a hijos inmortales. ¡Qué maravilla! ¡Y sólo con vigilar y ser fieles!

Dios recompensa la fidelidad, corona los esfuerzos, da pago justo a quienes han guardado sus mandatos. Dice el salmo que hemos recitado: «Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida» (Sal 32, 18-19). La clave entonces para merecer la gloria, no está en otra cosa, más que en aguardar al Señor, vigilando que nuestra vida no se sumerja en las distracciones de este mundo: en el consumismo, en la vanidad, en el placer, en la confusión sobre lo que es bueno o no, en el vergonzoso afán de acumular y acumular, sin disfrutar lo que ya se tiene y a las personas con las que se cuenta.

Siempre la apertura a sondear el interior propio, nos hará precisamente más críticos y analíticos sobre nuestros actos, retirando de esta forma los ojos en el actuar y el proceder de los demás. Nos hará jueces de nosotros mismos y no de los otros. Por eso, la idea que plantea Jesús a cerca, del padre de familia que cuida su casa, evitando de esta manera que el ladrón (el diablo) venga a arrebatarnos, lo que con tanto sacrificio hemos obtenido; es la continuación del mensaje de vigilar. Velar, permanentemente. Obvio, no se refiere a perder el sueño natural, o a no reposar; más bien, se refiere a no desatender, la vida, las ocupaciones diarias, por concentrarnos en alimentar el pecado, y toda oferta que nos aparta de la construcción del Reino y del seguimiento a Cristo. Cuidar la casa, es igual a cuidar el propio interior de forma continua. Porque «al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más» (Lc 12, 48).

Podemos preguntarnos: ¿Y qué sé nos ha dado, para que nos exijan tanto, qué se nos ha confiado para que se nos exija mucho más? En el evangelio –podemos ver-, cómo aparecen múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre preparados, en vela. Y esto tanto más, cuanto mayores sean los dones y tareas que Dios ha dado y encomendado a cada hombre y mujer.

Las tareas encomendadas por Dios se cumplen de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento puede ser llamado a rendir cuentas; por tanto, cuando cada uno de sus momentos temporales es inmediatamente vivido y configurado de cara a la eternidad; entrega buenas cuentas y está en aras de recibir la recompensa de la dicha y de la gloria eterna. Dicha que el mundo no entiende, ni mucho menos puede dar; pero si el cristiano olvida esta inmediatez, olvida también el contenido de su tarea terrena y de la justicia que ésta implica y por ello, «comienza a maltratar a los criados y a las criadas» (Lc 12, 45), o sea a ofender a sus hermanos y hermanas, y a desobligarse de sus encomiendas; el cristiano no practicará esta justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las exigencias de la justicia eterna, que no es una mera “idea”, sino el mismo Señor cuya aparición espera toda la historia del mundo; y por lo tanto recibirá varios azotes, varias complicaciones.

Por ello, la precaución, el estar en vela, y el trabajo continuo de cuidar la casa (el interior personal), hará de nosotros, personas fieles. Dignas de Dios, que nos hará merecedores del Reino prometido. Que en esta eucaristía, alimentados con la palabra divina y el Cuerpo de Cristo, cada uno cobremos conciencia de nuestra misión en esta tierra, y así podamos ofrecer a Dios y al mundo nuestra respuesta fiel, diferente al pesimismo o a la mediocridad. Una respuesta que contribuya al bien de nuestra alma y a la salud de un mundo más propositivo y emprendedor.