Pbro. Lic. Adrián Tapia
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
La Palabra de Dios en este cuarto Domingo del Tiempo Ordinario se centra en confirmar que Jesús es el profeta que Dios poderoso con autoridad que anunció a Moisés en un momento en que el Pueblo elegido no quería que el Señor le hablara directamente.
Hoy en día existe una exacerbada inclinación a dos tendencias extremistas y peligrosas con relación a la persona del maligno: la primera, el diablo es un mito, fruto de la construcción tradicionalista judía y de la literatura pedagógica. Y la segunda, el demonio lo vemos hasta en la sopa, es culpable de todo el mal y casi se le otorga el atributo de la omnipresencia, propiedad que compete sólo al ser Divino. En el marco del sacramental del exorcismo Cristo libera del mal a una persona, veamos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia: ¿Has venido a acabar con nosotros?» (Mc1,24). nn. 2851. 2853-2854 «Y líbranos del mal»: En esta petición del Padrenuestro, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» [dia-bolos] es aquel que «se atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
1ª LECTURA DEUTERONOMIO 18, 15-20
El pasaje del libro del Deuteronomio que escuchamos este domingo establece un contraste entre el verdadero profeta y los falsos profetas. El verdadero profeta es fiel a lo que le escucha a Dios, aunque sus palabras no sean siempre halagos, aunque a veces nos reprendan, nos sacudan, nos molesten, nos incomoden. El falso profeta habla en su nombre y por propia iniciativa, sin recibir la misión de hacerlo; trata de halagar el oído de su auditorio, no molestar, no incomodar.
2ª LECTURA: Iª CORINTIOS 7,32-35
Pablo habla desde su experiencia personal, si hubiera estado casado no podría haber trabajado de la misma manera en la predicación y en la fundación de comunidades, con desplazamientos e incluso con persecuciones por el anuncio del Reino. Elegir el celibato con objeto de estar más libre para las cosas del Señor: predicación, compromiso comunitario. No debe significar un grado de perfección o un desenfoque desmesurado de la vida cristiana. La vida no matrimonial deja más libertad para las obligaciones religiosas.
3ª LECTURA MARCOS 1,21-28
En las Sagradas Escrituras la autoridad o sea el gobierno siempre viene de Dios, por lo tanto debemos entender que aquí la autoridad tiene ese sentido de fuerza profética que no se puede aprender en escuela alguna ni con ningún maestro de la ley.
Con la llegada de Cristo el Reino de Dios es instaurado, pero ya aquí se adelanta algo del triunfo de Jesús. Al revelar el “endemoniado” quién era Jesús, estaba poniendo de manifiesto que era capaz de reconocer la mano de Dios, como la gente, donde los encargados y dirigentes de la “palabra” y de las cosas de Dios solamente se ocupaban de condenar y de privar de dignidad y libertad a las personas.
San Jerónimo en su exegesis de Mc 1, 21, sobre el poder que tiene Cristo sobre el mal nos enseñó: en definitiva, ¿qué dice el Salvador? Y Jesús le conminó: Cállate y sal de este hombre. La verdad no necesita del testimonio de la mentira. No he venido para ser reconocido por tu testimonio, sino para arrojarte de mi criatura. «No es hermosa la alabanza en boca del pecador». No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar. «Cállate». Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino tus tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino que salgas.
«Cállate y sal de este hombre». Como si dijera: sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: «Cállate y sal de este hombre». De este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre: abandona esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa: sal de este hombre, de este animal racional.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de los profetas, por todos los ministros de la Iglesia, consagrados y todos los seglares para que se mantengan fieles a las enseñanzas de Cristo y sean anunciadores de la Palabra de Dios con el poder que nos concede el Señor a través del sacramento del bautismo que nos conviertan en profetas de palabra y de obra.