Diác. Rodrigo Misael Olvera

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

En varias ocasiones, Dios se ha presentado como pastor de su pueblo. Encontramos en el libro del profeta Ezequiel: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 34, 15-16). Por otro lado, en el Salmo 22, es el creyente a Dios quien reconoce ese papel: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”.

Pero en este domingo, es Jesús el hijo de Dios, el enviado del Padre, quien se presenta como el buen pastor, no solamente para Israel, sino para todos los hombres. El Buen Pastor, dice Jesús, “da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11) y su vida es una manifestación y una realización diaria de su caridad de buen pastor. Él siente caridad de las personas, porque están cansadas y abatidas como ovejas sin pastor. Él busca a las dispersas y hace fiesta al encontrarlas, las defiende y las recoge. Porque todo hombre es importante para Jesús y él está dispuesto a abatirse por él, ante el lobo del demonio y del pecado.

De esta manera entendemos que, Jesús no solo cuida a sus ovejas, sino que también sabe conocerlas y da la vida por ellas. Dice: “Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”. Pero, ¿Qué tanto pueden llegar a conocerse dos personas que se aman y comparten su vida? En el caso de dos esposos, pueden llegar a un conocimiento mutuo, muy profundo e íntimo. Y sin embargo, entre ellos siempre hay espacio para sorprenderse uno del otro, porque cada persona humana es un misterio. Misterio no en un sentido oculto que no se puede conocer, sino una realidad que siempre podemos descubrir un poco más en la persona.

Pero cuando Jesús dice: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí”, agrega: “Como el Padre me conoce a mí, yo conozco al Padre”. El Padre y el Hijo se conocen totalmente, de una forma a la que nunca podría llegar el más grande conocimiento que el ser humano puede tener. Así, pues, Jesús conoce lo más profundo del corazón de cada uno de nosotros. Me conoce a mí, aún más de lo que yo mismo me conozco y me invita a conocerlo y a entrar en su misterio, un poco más cada día. Y conociéndolo a él, llego cada vez a conocerme a mí mismo, a comprender mi propia realidad humana y también a vislumbrar lo que cada ser humano está llamado a ser: Yo soy alguien para Jesús. Meditemos cada uno de nosotros esta afirmación: Soy importante para él. El señor ha arriesgado su vida por mí.

En este contexto, podemos recordar que durante el IV Domingo de Pascua también se celebra la jornada mundial por las vocaciones. Vale la pena reflexionar que es Dios quien toma la iniciativa y quien llama a la vida a cada persona que viene a este mundo. La vida misma es una vocación, y nuestro bautismo, como un segundo nacimiento, es la expresión de nuestra vocación a la vida cristiana.

Ahora bien, el bautismo es ya un sacramento, pero en la Iglesia hay otros llamados, a los cuales conocemos como vocaciones de una especial consagración. Tenemos así, la vida consagrada; que es la vocación de mujeres y hombres que se consagran a Dios por medio de votos o promesas, en medio de una comunidad religiosa, institutos seculares o una asociación de fieles. Tenemos también la vocación a los ministerios ordenados, reservados a los varones y en especial relación con Jesús Buen Pastor.

La finalidad de la educación del cristiano, es llegar a la plena madurez de Cristo, bajo el influjo del Espíritu Santo. Esto se certifica cuando, imitando y compartiendo su caridad, hacemos de toda nuestra vida un servicio de amor, ofreciendo un culto espiritual agradable a Dios y entregándonos a los demás. El servicio de amor es el sentido fundamental de toda vocación cristiana que encuentra una realización específica en la vocación del sacerdocio. El sacerdote está llamado a revivir, de la forma más radical posible, la caridad pastoral de Jesús, el amor del buen pastor que da su vida por las ovejas.

Como una tarea de amor, el sacerdote que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de este una elección de amor, para el cual la iglesia y las almas constituyen su principal interés. Y con la configuración del buen pastor, se hace capaz de amar a la iglesia universal y a la porción de la iglesia que le ha sido confiada.

Por otro lado, la Iglesia es el rebaño, cuyo pastor es Dios mismo, como fue anunciado a través de los profetas. Y la iglesia experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético. Con alegría, da continuamente gracias al Señor y sabe que Jesucristo mismo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de la promesa de Dios.

En su Iglesia, Jesús conoce y llama a cada uno de nosotros: sus ovejas. Nos conduce a los pastos frescos y a las aguas tranquilas. Prepara una mesa y nos alimenta con su propia vida. Esta vida la ofrece el buen pastor con su muerte y su resurrección, como canta la liturgia de la Iglesia en la antífona de la comunión: “Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se entregó a la muerte por su rebaño”. Él quiere congregar a todos en un solo rebaño, bajo el cuidado de un solo pastor. Porque nadie es ignorado por Dios, mucho menos las ovejas que son de otro rebaño; ni aquellas que viven en el pecado.

San Cirilo de Alejandría nos dice: “El distintivo de la oveja de Cristo es su capacidad de escuchar, de obedecer. Mientras que las ovejas extrañas se distinguen por su indocilidad”. Pidámosle al Señor la gracia de permanecer siempre como ovejas amadas, conocidas, alimentadas y defendidas, por Jesús nuestro buen pastor. Y Permanezcamos siempre unidos al rebaño de Cristo en la Santa Iglesia.

Domingo IV - Pascua - Ciclo B