Pbro. Lic. Adrián Tapia
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
Te ofreceré un sacrificio de alabanza
Con esta expresión del salmo 115 podemos responder que el mejor sacrificio a Dios, es un corazón arrepentido, sincero, abandonado y confiado a la misericordia divina.
1ª Lectura: Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
Esta historia que nos narra la prueba que tuvo Abraham, es sorprendente ya que pasan y pasan los años en los tres grandes ciclos litúrgicos que nos ofrecen las lecturas dominicales, pues nos sigue erizando la piel, al meditar lo complejo y a la vez desconcertante la lectura de este pasaje del génesis. Me parece de suma importancia interpretar este texto centrándonos en la actuación de Dios al impedir que el patriarca Abraham dañara al joven, como una clara prohibición en contra del sacrificio de seres humanos, que era tan común en los pueblos politeístas en tiempo de los cananeos como en el caso del dios falso Moloc (cuyo sacrificio consistía, por cremación lanzando a los primogénitos recién nacido en perfectas condiciones a la hoguera donde la estatua del dios moloc los recibía).
Lo importante del relato es que si ahora a Abrahán se le pide que renuncie a su futuro, a su heredero, es porque se quiere poner de manifiesto que nuestro futuro está en las manos del Dios de la promesa y la Alianza. La fe de Abraham es incondicional que quedó reflejado en la fidelidad al Señor dándole a su hijo único y esto le valió el don de la descendencia.
2ª Lectura: Romanos 8,31-34
La segunda lectura quiere volver sobre el sentido del sacrificio como ofrenda a Dios. Es un himno al amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo, en su vida y en sus sufrimientos.
Porque es en los sufrimientos donde la prueba del amor llega a su punto culminante, deja de ser romántico y se hace en realidad esencia de amor: darlo y ofrecerlo todo. Sabemos que es verdad que se afirma que Dios no le ahorró el sacrificio de su vida a Cristo como si sucedió con Isaac; pero es para subrayar con mayor vigor que Dios es capaz de darlo todo por nosotros. Dios, pues, asume esa muerte redentora para que seamos libres. Pero se ha de considerar que es Dios quien se ofrece, quien da, no quien pide como en el caso de Abrahán e Isaac.
3ª Lectura: Marcos 9,1-9
El encuentro de Jesús con Elías y Moisés, en este segundo domingo de cuaresma, nos invita a mirar a Jesús como el Hijo de Dios, como aquel que trae la ley definitiva y es lugar de encuentro de Dios con el ser humano.
En el evangelio todo se centra en escuchar a Jesús. El centro de ese relato lo ocupa una voz de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar siempre de la presencia misteriosa de Dios que se nos manifiesta, y mismo tiempo, se nos oculta.
Pero la voz añade algo más: Escúchenlo. En otros tiempos Dios habló a través del decálogo de Moisés la ley, ahora Dios en un solo mandamiento escucharlo a él nos pide cumplir la voluntad de su Padre. Porque es en la escucha donde se establece la verdadera relación entre Jesús y sus seguidores.
Escuchando a Dios descubrimos nuestra pequeñez y pobreza, pero también nuestra grandeza de seres amados infinitamente por él. En la vida del apóstol Pedro hubo tantos claro-oscuros que lo llevaron a abandonar a Jesús en el vía crucis por no escuchar únicamente la voz de Jesús. En mi muy humilde punto de vista, en la persona de Pedro todos nos vemos representados, ya que al igual que él no queremos bajar del monte porque esa vida nueva nos supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. Optamos por las comodidades y el confort de una vida exitosa y sin problemas. Santa rosa de lima decía: que no hay gloria sin cruz. La gloria divina que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.
De lo anterior mencionado podemos deducir que la decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, y nosotros con Jesús podemos construir el reino a través de la renuncia, tomando de la Cruz y adhiriéndonos al proyecto y estilo de vida de Cristo Jesús. Es verdad que eso le llevará y nos llevará a la muerte, pues esta una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte.
Pidamos a Dios, que en esta cuaresma que nos transfigure en él y con él, para que en nosotros cambie nuestra óptica y podamos ver la vida sin perder el objetivo de nuestra existencia, que es el de caminar con Cristo, subiendo la escalera espiritual del calvario, hasta llegar hacia ese Tabor del Cielo que nuestro Señor Jesucristo nos tiene prometido.
Pax et bonum.