Pbro. Dr. Manuel Valeriano Antonio

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

San Marcos, nos narraba el domingo pasado, cómo algunas mujeres van al sepulcro y entrando en él vieron a un joven vestido con una túnica blanca que les dijo: “…Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado…”. En efecto, es inútil buscar a Dios en el cementerio. Dios no está en el lugar de los muertos. Más aún, donde Dios está no hay tiniebla, no hay muerte, no hay tristeza. Jesús está vivo, no en nuestro recuerdo y en nuestras ideas, sino en el aquí y ahora de nuestra existencia. Por eso, la resurrección se convierte en la verdad fundante de la fe cristiana. Fundante no solamente porque da razón a lo que creemos, sino porque es la fuerza renovadora que nos invita a dar testimonio de una vida plena y fecunda.

A la luz de los textos que la liturgia nos propone en este segundo domingo de Pascua, sugerimos dos ideas que nos pueden ayudar a seguir cristianamente nuestro itinerario.

1.- Sabemos que los discípulos se habían refugiado en el cenáculo después del arresto de su Maestro y allí habían permanecido segregados por temor a padecer su misma suerte. De manera semejante podemos señalar que, como fruto del imperio de la desconfianza, hoy, más que en otros tiempos, continuamente cerramos nuestras puertas y buscamos la seguridad. Sin duda una búsqueda justa; pero hay que distinguir entre lo que se tiene que cerrar por seguridad y lo que no, porque en diversas ocasiones podemos ir cerrando poco a poco la confianza en los amigos, la gratitud a nuestras familias, la fidelidad a aquellos que nos han hecho el bien. Cuantas personas por una mala experiencia en el noviazgo le cierran la puerta al matrimonio; por una situación particular con un amigo o amiga le cierra la puerta a la amistad; por una vivencia inadecuada en la parroquia le cierran la puerta a la eucaristía etc. Sin embargo, aquí está el núcleo de nuestra Pascua: la partida de Jesús, comenta nuestro amado Papa Benedicto XVI, se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo. Solamente Él es capaz de entrar a puerta cerrada para cambiar de manera única el corazón de cada ser humano. Precisamente por esto la Iglesia, de manera sabia, celebra en este día la Divina Misericordia.

2.- San Juan apunta que en la tarde misma de la resurrección Jesús visita a sus discípulos, pero no está Tomás. Sus hermanos de comunidad le dicen que han visto al Señor, pero él, respecto a la noticia de sus hermanos con quienes ha vivido por tres años día y noche, se vuelve hermético. Tomás no cree más en sus hermanos. Imaginamos a Tomás viendo a cada uno de los apóstoles y preguntando ¿Tú Pedro, tú Juan, tú Andrés.. me dicen que han visto al Señor y siguen escondidos, temerosos como si nada hubiera pasado? Con todo, Tomás en lugar de irse, de solamente señalar los defectos de la comunidad, de crear su propia Iglesia, de enseñar sus propias convicciones, se queda. Aquí está su grandeza. Se queda con los suyos a pesar de sus limitaciones. Se queda en la Iglesia, con sus hermanos así de frágiles, porque sabe que solamente en la comunidad Jesús se vuelve aparecer. De alguna manera está convencido de que la salvación se da en el ámbito comunitario. Permanece porque precisamente por él viene Jesús ocho días después.

El diálogo entre Jesús y Tomás es extraordinario, señalan los especialistas. No es un reclamo como muchas veces se interpreta. Mas bien, es como si Jesús contemplando a Tomás le dijera: sé que has sufrido, sé que te han herido, sé que tu corazón está lastimado. Y mostrándole las manos y el costado le recuerda: mira, también yo he sufrido, he sido herido, he sido lastimado. En otras palabras, no somos los únicos en ser incomprendidos, en ser abandonados, en haber sufrido. Él lo ha hecho por nosotros y ha vencido.

"La Pascua es un regreso a la reconciliación"