Diác. Rodrigo Misael Olvera

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Al igual que el miércoles de ceniza, hoy Jesús nos dice: «Arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Mc 1, 15). A diferencia de los otros evangelistas, Marcos es muy conciso en su relato, pues sólo nos presenta la idea de que Jesús permaneció en el desierto. No hace referencia a ninguno de los tres momentos de prueba que Jesús sufrió tentado por el demonio. Sencillamente dice que estuvo ahí durante cuarenta días, mientras era tentado por Satanás (Mc 1, 13a). Pero eso nos basta para saber que Jesús no es conducido a una vida cómoda, sino que es dirigido hacia los riesgos, las pruebas y las tentaciones.

Es evidente que Jesús, y no el demonio, es quien toma la iniciativa en la lucha entre el bien y el mal, y nos enseña a tomar la iniciativa en nuestra propia lucha. Lejos de que nos sintamos retraídos ante el pecado, huyendo por miedo a la derrota, nos lleva precisamente a tomar la iniciativa en la lucha contra el mal, pero con la confianza puesta en su gracia.

Como prueba de ello, la primera lectura enfatiza diciendo: «Cuando yo cubra de nubes la tierra, aparecerá el arcoíris y me acordaré de mi alianza con ustedes» (Gn 9, 13). Nos recuerda la filiación de Dios con su pueblo, y su promesa de acogernos, porque somos hijos de Dios.

En primer lugar, tenemos la figura del desierto. Dice el texto que Jesús es llevado por el Espíritu al desierto (Mc 1, 12). Ciertamente el desierto es un lugar, pero también es una experiencia del hombre con Dios. En el libro del Éxodo vemos como el pueblo de Israel había sido liberado de Egipto, fue la experiencia de la liberación de Dios a su pueblo.

Sin embargo, el desierto para Jesús, en este relato, es la experiencia del nuevo Israel donde se muestra triunfador del mal. En este sentido, para nosotros, queridos lectores, buscar el reino de Dios y su justicia, y trabajar por un mundo más humano será siempre arriesgado. Significa una lucha constante entre el bien y el mal. Lo fue para Jesús y lo será para nosotros, puesto que ya hemos iniciado este caminar en el desierto. No importa si tu desierto se llama desempleo, silencio, angustia, depresión o enfermedad, al salir de allí, tú serás una mejor o peor persona. Veamos la figura del desierto como un lugar de transformación.

Por eso, la segunda idea que quiero compartirles de la palabra de este domingo, es aquella de que «Jesús vivió entre animales salvajes, pero los ángeles le servían» (Mc 1, 13b). Nada menos, Jesús está a medio camino. Con ambos opuestos, podemos entender que entre las alimañas y los ángeles ahí está el ser humano. Ahí estamos nosotros en este desierto de nuestra existencia, expuestos entre el bien y el mal. Para San Agustín, el mal no es una forma de ser, sino la privación del bien y de la libertad con la que Dios dotó a la humanidad para responder a su amor. Depende, pues, de la voluntad de cada ser humano.

Justamente, como lo hemos leído en la segunda lectura: el objeto de nuestro ser bautismal es el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios, y no precisamente el de quitar la inmundicia corporal, porque ante esa estaremos expuestos toda la vida (Pe 3, 21).

Por eso, valdría la pena fijar la mirada en la figura de Jesús que no busca acomodarse, pues en ningún momento pacta con el mal. Pero tampoco se trata de fiarse de las propias fuerzas o ponerse frente a lo que sabemos que para nosotros es ocasión de pecado. En este sentido, podemos comprender que el demonio por medio de la tentación, quiere desviarnos del camino de la conversión que la cuaresma nos propone. Ya lo pronunció el Papa Francisco: «Con la tentación, no se debe dialogar» (Ángelus 06 marzo 2022). Debemos evitar caer en la conciencia adormecida que nos lleva a creer que, en el fondo, un hecho de pecado no es tan grave. Esto nos hace caer en la cuenta de que es necesaria la gracia de Dios para poder alcanzar el bien. En efecto, el mal prevalece sin la gracia, pues sin el amor de Dios no podemos salvarnos.

Ahora bien, la última parte del evangelio es hermosa. Dice que Jesús recorría las aldeas de Galilea diciendo que el tiempo se había cumplido. Es el tiempo de creer y convertirse. Por una parte, encontramos la oferta de Dios, y por otra, la tarea del ser humano. La oferta de Dios es el cumplimiento de los tiempos y la llegada del reino a nuestra vida. La tarea del ser humano es la fe y la conversión. Una exige a la otra. No podemos decir que tenemos fe sino hay una conversión sincera, y no hay verdadera conversión sin fiarse constantemente de Dios.

Queridos hermanos, luego de haber reflexionado la palabra de Dios de este primer domingo de cuaresma, podemos descubrir que el Señor Jesús nos invita a salir de nuestra zona de confort y a adelantarnos en la lucha. Nos motiva a confiar en su gracia y a llenarnos de valentía. Nos alienta a adentrarnos en el desierto personal de nuestras vidas.

De esta manera, los invito a dedicar un tiempo previsto para orar, a pesar de nuestra condición o nuestra circunstancia personal; a pesar de la pereza, el relativismo entre el bien y el mal, o el temor, que nos hace abandonar nuestros ratos de meditación. Estos cuarenta días, son un itinerario que ofrece instrumentos bien claros, que nos ayudarán a vencer la tentación del enemigo, a creer en su palabra y a arrepentirnos de nuestras vidas de pecado. Para con Dios: la oración, para con el prójimo: la limosna, para con uno mismo: el ayuno.

Domingo I - Cuaresma - Ciclo B