Diác. Rodrigo Misael Olvera
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
Queridos hermanos: Culminamos el tiempo de Pascua. Durante cincuenta días hemos celebrado la resurrección de Jesucristo, y ahora, en la cumbre de este tiempo litúrgico, llegamos a la solemnidad de Pentecostés. En este contexto de la solemnidad, quiero compartir con ustedes tres ideas.
La primera es sobre la paz de Jesús. El Señor resucitado, se aparece a sus discípulos y lo primero que les trasmite es su saludo; un saludo de paz: “La paz esté con ustedes”. Ciertamente, todos queremos vivir y estar en paz. En todos nosotros hay un anhelo de paz.
Pero ¿Dónde la podemos encontrar? Muchas veces no podemos eliminar aquellas cosas que nos la quitan. No podemos vivir sin la ausencia de conflictos, sin situaciones que nos causen preocupación o intranquilidad. Vivimos en un mundo marcado por la violencia, la inestabilidad, lo impredecible y es imposible huir de él.
Podemos preguntarnos: ¿si tuviéramos la posibilidad de aislarnos de todo lo que nos perturba, irnos lejos a un lugar en donde no nos falte nada, donde nada nos inquiete encontraríamos ahí la paz? No. La paz no depende solo de la influencia que las personas y las circunstancias que nos rodean tienen sobre nosotros. La paz tiene íntima relación con tres cosas. La primera corresponde a cómo asumimos la realidad que vivimos. La segunda es el encuentro con el sentido último de nuestra vida. Y la tercera es el camino de crecimiento en la fe, que se apertura a la acción del Espíritu Santo.
Cuando asumimos la vida, desde la certeza absoluta de que Dios nos ama con un amor infinito y total, que todo lo puede y que lo que realiza es para nuestro bien, es cuando entendemos que de todo mal el Señor saca el bien. La paz aflora en medio de las circunstancias difíciles que nos toca vivir. No debemos olvidar que, el Señor Jesús nos ha prometido el envío del Espíritu Santo para consolar nuestras vidas. Lo había prometido a sus apóstoles en la última cena: “Yo les enviaré al consolador” (Jn 15, 26) y de hecho nos lo entregó. Así nos lo cuenta hoy san Juan en su evangelio el mismo día de su resurrección: “Reciban al Espíritu Santo” (Jn 20,19), y en Pentecostés se manifestó portentosamente y nos lo dio para que demos testimonio de su obra buena en nuestras vidas, en medio de los que no creen en él.
La segunda idea es sobre la misión de la Iglesia. La iglesia que había nacido en la Cruz el viernes santo, manifestó su nacimiento al mundo el día de Pentecostés, cuando los apóstoles fueron revestidos del poder de lo alto, como escuchamos en la primera lectura. Los apóstoles recibieron la fuerza del Espíritu para ser testigos de Jesús resucitado. Jesucristo aseguró: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), por eso envió su Espíritu Santo, quien nos acompaña, nos anima y fortalece. Nos ilumina, intercede, consuela, ama y santifica. Por todo esto, podemos afirmar que en nuestra vida también hay un Pentecostés, porque el Espíritu Santo sigue obrando maravillas en la iglesia y el mundo.
Muchas veces le impedimos que actúe portentosamente, ya que llenos de nosotros mismos, del espíritu propio y de la soberbia, no nos dejamos poseer y guiar por este santo espíritu, que es el alma de la iglesia y que conduce a los hombres de buena voluntad por caminos de justicia, de amor y de paz. Hoy estamos viviendo el don del Espíritu Santo, que va a hacer posible que el evangelio sea comunicado a todo el mundo. De tal manera que, por la fuerza del Espíritu Santo, el evangelio se encarna y se hace vida en nosotros. Donde está la iglesia, está el Espíritu de Dios y dónde está el Espíritu, ahí está toda la gracia. Por lo tanto, Pentecostés es el día de la misión, porque la Iglesia existe para una misión. La misión es anunciar la buena noticia. La noticia es que Cristo ha vencido la muerte, ha vencido el pecado, ha vencido el odio. Cristo nos ha reconstituido en nuestra condición de hijos.
Finalmente, una idea más sobre la obra de sanación del Espíritu Santo en nuestra vida. Nosotros hemos recibido nuestro particular Pentecostés. Hemos sido configurados con Cristo en el bautismo, ese crecimiento como hijos de Dios se nos ha dado sustancialmente. El día de nuestra confirmación nos ha ungido en la cabeza con el Santo Crisma; el crisma que como fundamento del aceite perfumado y que expresa lo que el Espíritu Santo opera en nosotros y la misión a la que nos destina.
El aceite sirve como pase de la luz. Recordemos como en tiempos antiguos era la sustancia para los candiles, para poder iluminarse en la noche. Jesucristo ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12) esa luz que indica el camino, que indica que la oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Nosotros somos luz cuando vivimos como hijos de la luz en la conducta de hijos de Dios. Al mismo tiempo, el aceite se ha utilizado siempre como lenitivo, como suavizante para las heridas. El Espíritu de Dios nos alivia con su aceite perfumado, como el samaritano que unge, con aceite y con vino, al hombre que encuentra en su camino.
Queridos hermanos, Dios nos ofrece la oportunidad de sentirnos acompañados y guiados por el paráclito. No estamos solos. Dejémonos moldear por aquel que es al amor entre el Padre y el Hijo y seamos como aceite perfumado en medio de nuestros hermanos. ¡Ven espíritu santo, y llena los corazones de tus fieles!