Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz
Diócesis de Xochimilco
Comentario al Evangelio
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Hoy, en este quinto domingo de Pascua, la liturgia nos invita a profundizar en lo que significa vivir como discípulos del Resucitado. Ya no sólo celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, sino que ahora contemplamos cómo esa victoria transforma nuestra manera de vivir y de amar.
En este Evangelio, nos encontramos en un momento muy especial: la Última Cena. Jesús sabe que le queda poco tiempo con sus discípulos. No da discursos largos, ni les entrega un código de leyes, sino que les deja un mandamiento, sencillo en palabras, pero inmenso en significado. Jesús les habla a sus discípulos desde lo más íntimo de su corazón.
Está por iniciar su pasión, y sus palabras tienen el tono de un testamento espiritual: el mandamiento del amor. Pero, ¿por qué es nuevo este mandamiento? Porque cambia el punto de referencia. Lo nuevo está en la medida y el modelo del amor: “Como yo los he amado” (Jn 13, 34). Ya no es: “ama como te gustaría que te amen”, sino “ama como Jesús te ha amado”. Y eso eleva el amor a un nivel divino. Jesús no nos amó por mérito, sino por pura gratuidad. Nos amó cuando lo traicionamos, cuando lo negamos y cuando huimos de él. Ese es el modelo que nos deja. La verdadera señal de que somos cristianos no está en el nombre que llevamos, sino en el amor concreto y visible. Amor que se traduce en paciencia, en escucha, en respeto, en ayuda y en perdón.
Jesús nos amó hasta el extremo, con un amor que no pone condiciones. Ese es el tipo de amor que estamos llamados a vivir: un amor que no depende del otro, sino de nuestra decisión de ser como Cristo. Este no es un amor cualquiera. No es el amor que se da cuando todo va bien, cuando el otro me cae bien, cuando me es fácil convivir con mi prójimo. Es un amor que se entrega, que perdona, que sirve y que se sacrifica. Es el mismo amor con el que Jesús lavó los pies a sus discípulos, y el mismo con el que aceptó la cruz.
Ahora que tenemos un Papa Agustino, recordamos las palabras de San Agustín, un santo que contempla la Pasión de Cristo como una escuela de amor: ¿Cuál es la medida del amor? “Amar sin medida”. En la cruz, Jesús no se reservó nada para sí. Su amor no fue simbólico ni teórico: fue concreto, doloroso, real. Por eso, para San Agustín, mirar la cruz no es solo ver un acto de sufrimiento, sino ver al amor en su forma más pura y total. Para Agustín, no basta con admirar la cruz, hay que responder a ella: “Mira el precio que ha pagado por ti. Y no digas que no vales nada”. El amor de Cristo nos transforma, nos arranca del egoísmo, y nos impulsa a amar como Él.
En este sentido, la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra a Pablo y a Bernabé fortaleciendo a las comunidades cristianas y animándolas a perseverar, porque “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22). De modo que, el amor cristiano no es sentimentalismo. Implica sacrificio, cruz y perseverancia. Amar no siempre es fácil, pero es el único camino hacia la verdadera vida.
Al respecto, podemos recordar la frase “Ama hasta que duela”, popularizada por Teresa de Calcuta, la cual encierra una enseñanza profunda sobre el amor auténtico y cristiano. Amar de forma sacrificada y generosa, implica renuncia, esfuerzo y sacrificio. Amar hasta que duela, significa que nos damos por completo, incluso cuando nos cuesta, cuando implica salir de nosotros mismos. Muchas veces amamos mientras no nos incomode, mientras no interfiera con nuestra comodidad o intereses. Pero el amor verdadero, el que transforma, empieza justo cuando nos duele dejar de pensar solo en nosotros, cuando hay un costo personal: tiempo, paciencia, perdón y comprensión.
Debemos recordar que, el amor que no duele probablemente es un amor superficial. Amar como Jesús implica, muchas veces, cargar con el dolor del otro, y aun así seguir amando. El amor de Jesús no es solo para consolarnos: es para transformarnos. Cuando amamos como Él, nos parecemos a Él. Su amor es la medida del verdadero cristiano. “En esto conocerán todos que son mis discípulos: en que se amen unos a otros” (Jn 13, 35).
El mundo no necesita más palabras, necesita testigos del amor. Pues seguramente recordamos la frase popular “Amores son acciones y no buenas razones”, significa que el amor verdadero se expresa a través de hechos y no solo con palabras o promesas. De manera que, Dios quiere gente que viva este mandamiento con coherencia, incluso en lo pequeño. Porque este tipo de amor no nace solo de nosotros, sino que es fruto del Espíritu Santo. Por eso, no se trata sólo de hacer un esfuerzo humano, sino de dejar que Cristo ame en nosotros.
Queridos hermanos, hoy el Señor nos recuerda que el distintivo del cristiano no es otro que el amor. No un amor abstracto, sino concreto: en la familia, en la comunidad, en el trabajo, con los pobres, incluso con los que nos caen mal. Que en esta Pascua, el amor del Resucitado transforme nuestro corazón y nuestras relaciones. Y que al ver cómo nos amamos, el mundo pueda decir con verdad: ¡Ahí están los discípulos de Cristo! Solo así el mundo podrá ver a Cristo vivo: en nuestro amor.
Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz
DIÓCESIS DE XOCHIMILCO