Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Hoy es el día más luminoso del año cristiano. El día en que celebramos la victoria de la vida sobre la muerte. De la luz sobre las tinieblas. Del amor sobre el pecado. Hoy la Iglesia entera canta con alegría: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!

Este anuncio, tan antiguo y tan nuevo, no es un simple recuerdo histórico. No es la conmemoración de un hecho lejano. Es la proclamación de una presencia viva, la afirmación de que Jesús está vivo entre nosotros, y que su resurrección lo cambia todo. Por eso, en el evangelio de hoy, la escena está cargada de diversos símbolos: el amanecer, la oscuridad y el sepulcro. También de emociones humanas: amor, dolor y desconcierto.

En María Magdalena, se podría representar a tantos hombres y mujeres que buscan a Dios en medio de la oscuridad, de la pérdida y del vacío. Ella va al sepulcro con el corazón roto, pero también con una fidelidad conmovedora. Va a buscar a Jesús, aunque piensa que todo ha terminado. Pero lo que encuentra no es lo que esperaba. La piedra ha sido quitada y el sepulcro está vacío. Corre a contárselo a Pedro y al discípulo amado. Pero cuando llegan, no encuentran un cadáver, sino señales de vida: los lienzos, el sudario, todo en orden. Algo ha ocurrido. Algo que transforma el dolor en asombro. Y aquí el evangelista nos dice una frase decisiva: “Vio y creyó”, de la cual les comparto los siguientes puntos para su reflexión personal.

1. Un amanecer diferente: el inicio de algo nuevo.

El texto comienza con un detalle que no es casual: “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro” (Jn 20, 1). El evangelista está describiendo más que un momento cronológico. Nos habla de una transición espiritual. La oscuridad representa el dolor, la confusión, el desconcierto que sigue a la muerte de Jesús. Así en nuestra vida, estamos cegados con la oscuridad del drama de nuestros problemas.

Pero también señala el comienzo de una nueva creación: es el primer día de la semana, como si Dios estuviera empezando una nueva historia de salvación, como en el Génesis. Con ello nos recuerda que, a partir de este momento, todo será distinto.

2. El amor que busca a pesar del dolor

María Magdalena no va al sepulcro por fe en la resurrección. Va movida por el amor. Un amor que no se resigna, que quiere permanecer cerca del Maestro, aunque parezca que todo ha terminado. Su fidelidad en la oscuridad es la puerta a una revelación mayor. Esta actitud de María nos interpela: ¿Qué hago yo cuando todo parece perdido? ¿Sigo buscando a Dios en la noche de mis dudas, miedos y dolores? La fe, muchas veces, nace del amor que no se rinde, incluso cuando la razón no encuentra explicación.

3. El sepulcro vacío: una presencia en la ausencia

La escena tiene un ritmo dinámico, casi urgente. María Magdalena, y luego los discípulos están impactados. Algo ha pasado. Pero lo más sorprendente es esto: No ven a Jesús, ven un sepulcro vacío. Y sin embargo, el discípulo amado entra, ve los lienzos y cree. No necesita pruebas. No ha oído aún la voz del Resucitado. Cree porque el amor le ha preparado el corazón para entender los signos. La tumba vacía no es un signo de ausencia, sino de una nueva forma de presencia.

Esto también es esencial para nosotros: Jesús no siempre se manifiesta de forma espectacular. Muchas veces, se hace presente en el silencio, en lo que no entendemos, en los vacíos de nuestra vida. Pero si miramos con los ojos del amor y la fe, podemos reconocerlo.

4. La diferencia entre ver y creer

Pedro entra al sepulcro, observa y examina. Pero no se nos dice que creyó. El discípulo amado, en cambio, “vio y creyó”. ¿Qué vio? Nada más que lienzos. Pero comprendió que el cuerpo no había sido robado. Que algo extraordinario había ocurrido. Creer no es ver con los ojos físicos, es ver con los ojos del corazón. Jesús mismo dirá más adelante a Tomás: “Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). Y ese es nuestro camino: creer aún sin ver físicamente al Resucitado. Porque Él está vivo, y su presencia se percibe en lo profundo del alma.

5. El amor como camino hacia la fe

El que ama verdaderamente, descubre a Cristo vivo. La fe no nace solo del razonamiento o el estudio, sino del corazón que ama y está abierto a los misterios de Dios. Creer en la resurrección no es una conclusión lógica, es una gracia. Es un salto del corazón que se atreve a confiar en que Dios puede hacer nuevas todas las cosas, incluso cuando no entiende. Es lo que hizo el discípulo amado: vio y creyó.

Hoy, el mundo necesita más que nunca discípulos que crean sin haber visto con los ojos, pero sí con el corazón. Necesitamos cristianos pascuales. Hombres y mujeres que, como María Magdalena, como Pedro, como Juan, se atrevan a buscar a Jesús en medio de la oscuridad, a correr con esperanza, a leer las señales de la vida, a proclamar sin miedo que Él vive.

La resurrección no significa que no haya más dolor, ni guerra, ni sufrimiento en el mundo. Pero sí significa que el mal no tiene la última palabra, que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, y que cada cruz puede ser transformada en gloria. Pensemos en nuestras propias vidas: ¿Cuántas veces hemos sentido que todo estaba perdido? ¿Cuántas veces hemos mirado un “sepulcro vacío” en nuestra historia personal? Una pérdida, una decepción, un fracaso. Y hemos pensado: “Ya no hay esperanza”. La resurrección de Jesús viene a decirnos: ¡No tengas miedo! No todo está perdido. El Señor ha vencido. Y si Él vive, tú también puedes vivir.

Hoy, en este domingo luminoso, Dios nos invita a renovar nuestra fe pascual. No es solo una fe en que Cristo ha resucitado hace dos mil años. Es la fe de que Cristo quiere resucitar hoy en ti, en tu historia, en tu familia, en tu matrimonio, en la Iglesia y en el mundo. Pero para eso, necesitamos hacer como los discípulos: Correr al sepulcro, mirar con fe, y creer. Aunque no veamos todo claro. Aunque todavía haya sombras. Aunque la piedra apenas se haya movido. Porque quien busca a Jesús con amor, lo encuentra vivo.

Estimados lectores: Que este día no pase sin que algo en ti también resucite. Que tu fe se renueve, que tu esperanza se fortalezca, que tu amor se encienda. Y que puedas decir, con todo el corazón: “He visto el sepulcro vacío. He creído. Jesús está vivo. Aleluya”.

Pbro. Rodrigo Misael Olvera Díaz

DIÓCESIS DE XOCHIMILCO

"Resucitó el Señor"