Pbro. Dr. Manuel Valeriano Antonio

Diócesis de Xochimilco

Comentario al Evangelio

Con este primer domingo de adviento hemos iniciando un año nuevo litúrgico iluminado por el Evangelio según San Lucas. Deseo compartir unas ideas que el cardenal Joseph Ratzinger plasmó en un libro titulado Ser cristiano. Dice Ratzinger que la corona de adviento representa los miles de años (quizás miles de siglos) de la historia de la humanidad antes de Jesucristo. Nos recuerda las tinieblas de una historia todavía no redimida. En la corona se asientan cuatro velas significando con ello las luces de la esperanza que se encienden lentamente hasta que, al fin, viene Cristo, luz del mundo, y nos libra de la oscuridad de la condenación.

Con todo, una lectura unilateral de la corona de adviento nos podrá hacer pensar de manera tajante que los miles de años antes de Cristo era un tiempo de condenación, mientras que los siglos posteriores al nacimiento del Señor son años de la salvación restablecida. Sin embargo, si reflexionamos de manera genuina y objetiva nos daremos cuenta, prosigue Ratzinger, que la idea de que los años posteriores a Cristo, comparados con los precedentes, son de salvación nos parecerá una cruel ironía. En efecto, un mundo que vive el derrumbamiento de energías espirituales, la desafortunada violencia que azota nuestro país, la crueldad de las relaciones humanas expresada en la utilización de unos y otros, el lenguaje desmedido mediante la inflación de malas palabras; si pensamos en estas y otras tantas cosas, no nos resultará fácil dividir la historia en un período de salvación y otro de condenación.

Si somos sinceros, apunta Ratzinger, no volveremos a construir una teoría que distribuya la historia y los mapas en zonas de salvación y zonas de condenación. Más bien, nos aparecerá toda la historia como una masa gris, en la que siempre es posible vislumbrar los resplandores de una bondad que no ha desaparecido por completo, en la que siempre se encuentran en los hombres anhelos de hacer el bien, pero en la que también siempre se producen fracasos que conducen a las atrocidades del mal.

En esta reflexión queda claro que el adviento, que iniciamos junto este domingo, no es un puro recuerdo sobre el pasado, sino que el adviento es nuestro presente, nuestra realidad. Las lecturas que la liturgia nos propone el día de hoy desean despertar nuestras conciencias, forzándonos a reconocer la falta de salvación no como un hecho que se dio alguna vez en el mundo, y que todavía se da en algún sitio, sino como un hecho situado en medio de nosotros y de la Iglesia.

Insiste el cardenal Ratzinger en el hecho de que corremos un cierto peligro: querer ocultar la realidad. Vivimos, por así decir, con los ojos cerrados, porque tememos que nuestra fe no pueda soportar la luz plena y deslumbradora de los hechos. Nos encerramos en nosotros mismos y procuramos no pensar en ellos para no derrumbarnos, pero una fe que se oculta la mitad, o más, de los hechos, es en el fondo una forma de negación de la fe o al menos una forma muy profunda de credulidad mezquina, que teme que la fe no pueda competir con la realidad.

Pero creer verdaderamente significa hablar con Dios desde el abismo de nuestras tinieblas y tentaciones. Es esencial que no pensemos ofrecer a Dios solamente una mitad de nuestro ser (la parte buena), reservando el resto por temor a enojarlo; precisamente ante él podemos y debemos colocar, sin ambigüedades, toda la carga de nuestra existencia. Comenzar el adviento significa ver con valentía toda la realidad, el peso de nuestra existencia cristiana, y presentarla ante el rostro salvador de Dios, aunque no podamos dar ninguna respuesta, sino que tengamos que dejársela a Dios, manifestándole qué faltos de palabras nos encontramos en nuestra oscuridad.

Domigo I de Adviento - Ciclo C